Esta película rabiosa y desesperada de Brian De Palma es una de las pocas películas que intentan señalar que la expedición democrática norteamericana a Irak no sólo repite los errores y horrores de Vietnam, sino que perfecciona la crueldad y la ignorancia de sus tropas, aunque también constituye, como en tantas películas del realizador, una meditación sobre el lugar que ocupan las cámaras de filmar en la vida contemporánea. Basándose en un hecho real en el que una joven de 14 años fue violada y asesinada por unos soldados estadounidenses, De Palma, con un presupuesto mínimo, decide rodar en digital, según él, para evitar la protección que suministra la imagen cinematográfica. El objetivo es la inmediatez. Lo que se ve parece haber sido registrado por la cámara digital de un soldado raso, un posible documental. Es un efecto perceptivo, también una provocación. Interpretada por actores ignotos, a menudo se ha insisto en la debilidad dramática, un juicio desacertado, pues los intérpretes, en el egoísmo extremo y la banalidad ostensible de sus actos y gestos, materializan una mentalidad reconocible, y probablemente resultarían inverosímiles si se tratase de estrellas de cine. Las proezas técnicas del director están contenidas, aunque un vistoso plano secuencia habrá de saciar a sus seguidores, pasaje en el que los soldados juegan a los naipes. (RK)