"Avatar, cuánto daño ha hecho", dice Santiago Segura al final del teaser trailer que corresponde a la cuarta parte de la saga Torrente, a punto de estrenarse en Argentina. Precisamente, a modo de paso de comedia, de ironía no buscada, ese avance es uno de los que puede verse en algunas tandas previas a las proyecciones de Sanctum 3D, opus producido por James Cameron y que jamás habría sido siquiera proyectada de no ser por el éxito de la aventura sci-fi con los seres virtuales azulados.
Estamos ante un producto básico, casi prehistórico en términos de concepto cinematográfico, que se apoya en la imagen pero ya no para contar una historia, para estructurar un guión, sino para vender tridimensionalidad, el nuevo chiche de la industria y las majors, que, a su vez, parecen tener en James Cameron al mejor gerente de marketing que podrían haber conseguido.
Sanctum nos muestra un grupo de exploradores submarinos que se adentran en unos complejos túneles. En medio del trabajo bajo el agua, surgen numerosos y fatídicos problemas para el dream team marino. Y hasta ahí llegó el amor del guión y, aquí el problema, el interés por entregar algo más que elaboradas secuencias subacuáticas y logrados efectos en 3D.
Hablamos de high definition kitsch, de barroco visual para nerds de la tecnología. Si el cine fuera pensado como una sucesión de imágenes despojadas de todo contenido, si el concepto de video clip hubiera copado la parada, esta sería una pequeña joya, pero el tiempo, la acumulación de material en el disco rígido cinéfilo nos tienta a exigir un poco más que masturbación superproducida al servicio del balde de pochoclo.
Por otro lado, con este trabajo Alister Gordon se recibe de realizador psychokiller, al haber planteado un relato signado por el odio hacia los personajes, en el que la identificación es imposible (salvo con uno, a la sazón el más insípido del menú). Uno tras otro irán cayendo como fichas los participantes, como en algún macabro juego planteado por Jigsaw, pero en forma de guión.
Quizá, en el fondo, se trate de un ejercicio de publicidad subliminal para la proyectada transformación en 3D de Titanic y The Abyss, esas joyitas del señor James, con elementos tecno, pero que supieron dejar su marca con mucho más que un envase vacío.