Así es Martina, blanca como el día
Bárbara Sarasola-Day escribe y dirige Sangre blanca, su segundo largometraje luego de Deshoras. Cuenta con Eva de Dominici con un papel protagónico interpretando a Martina, una chica solitaria que cruza la frontera con cocaína en su interior. Y Alejandro Awada encarnando a Javier, el padre de ella.
A pesar de las interesantes locaciones en las que está situada la historia, el guion falla fatalmente sin ser efectivo a la hora de poner al espectador en contexto. La falta de personajes no ayuda a la narración, y deja completamente sola a la protagonista haciéndose cargo de la totalidad de la película. Eva de Dominici no logra ser creíble en su papel, parece difícil de creer que alguien con su imagen sea una mula narcotraficante metida en situaciones turbias.
Esto parece ser un virus en Sangre blanca, porque ningún papel es verosímil. Ni el amigo que se hace Martina, ni el narcotraficante que pasa de ser super malo a ser amable, ni el mismísimo Alejandro Awada, que con un papel lamentable y pocas apariciones, deja mucho que desear. Un vínculo entre padre-hija que desde el vamos es raro, y cada vez se vuelve más absurdo, quitándole seriedad a una película dramática.
Si bien la fotografía construye un verosímil en la habitación donde se aloja solitariamente Martina en los primeros minutos del film, cuando sale de allí no logran un buen trabajo de imagen ni artístico. Sangre blanca falla desde todos los ángulos posibles, sin generar empatía ni verosimilitud con la narración.