Martina y Manuel son dos ‘mulas’ que cruzan la frontera limítrofe del noroeste argentino con Bolivia. En la habitación del hotel, Manuel se descompone luego de ingerir las cápsulas con drogas que intenta contrabandear. En pocos minutos, el desenlace es fatal.
Martina (interpretada por Eva De Dominici) se encuentra ante una situación imprevista: los mafiosos le exigen que le entregue la totalidad de las cápsulas y ella no sabe cómo proceder. En un lugar que le resulta extraño, cargando con la muerte de su compañero y con los traficantes pisándole los talones, no puede escapar. Se siente acorralada, amenazada, sin rumbo.
Allí entra en juego a la historia el personaje interpretado por Alejandro Awada, a traer la siempre bienvenida solución externa. El ‘salvataje a último minuto’ tan popular desde tiempos inmemoriales. Claro, el vínculo que lo une con Martina otorga otro matiz dramático a la historia: es su padre. Aunque no la reconoce como hija. Lo cual dificulta la decisión: ¿la ayudará o no? ¿Vendrá al rescate?
Lo más interesante de la historia resulta ser el lado ‘b’ de la trama, que es la llegada del padre, disparador que desata un drama psicológico que convierte al cargamento de drogas en una cuestión casi anecdotaria. Esa relación que nunca existió (y que reprochan mutuamente mediante agresiones verbales poco verosímiles) empieza a construirse, pero con más desconfianza y oportunismo que sinceridad y voluntad. Subliminalmente, uno podría pensar que un cadáver terminó uniendo a padre e hija, y el análisis allí se vuelve más profundo.
Lamentablemente, “Sangre Blanca” elige quedarse estancada en la superficialidad. Sin demasiado atino, el relato intenta explorar las consecuencias que debe afrontar el personaje de Martina, testigo de un accidente fatal del que participa directamente, al tiempo que reflexiona sobre el aspecto moral de su proceder. Como casi siempre, estas cosas suelen salir mal y así se verá involucrada en esta tesitura, pugnando por salir ilesa del asunto ‘mafioso’ y a la vez construyendo su identidad de hija reconocida.
La labor de Alejandro Awada es irreprochable, componiendo a un personaje áspero, hostil y severo con la dosis justa de sangre fría para ponerse al mando de la situación, por desagracia su enorme talento actoral luce desperdiciado. De Dominici, en cambio, no deja igual de buena impresión que en su consagratorio rol en “Sangre en la Boca”. Su personaje luce forzado en su angustia, sufrimiento y desesperación.
La directora salteña Bárbara Sarasola-Day (autora de la muy lograda “Deshora”, 2013) filma con solvencia técnica los ambientes norteños que albergan la historia, prestando especial atención a los paisajes, la marginalidad del entorno y los rasgos autóctonos de los lugareños, proveyendo una atmósfera atractiva que la débil narración y los múltiples lugares comunes que atraviesa terminan por desvanecer. Con abundantes tiempos muertos que acompañan la cotidianeidad de estos personajes a lo largo de esos días de pesadilla, el film peca de falta de concreción.
Pasando del reclamo exacerbado al perdón implícito, el personaje de De Dominici restituye la relación con su padre, a medida que la vulnerabilidad que siente, inmersa en este laberinto, la desestabiliza. Él, por su parte, promete ayuda, pero exige distancia luego. Quizás, el desarrollo del vínculo paternal sea una forma de encontrar una contención, una pared momentánea en medio de la tragedia personal. También lo son sus escapes nocturnos y sus encuentros sexuales furtivos.
Probablemente sería más interesante si la realizadora dedicara un poco más de peso social en el relato para explorar posibles orígenes que llevan al narcotráfico. Miles de jóvenes de clases económicamente desfavorecidas se hacen pasar por ‘mulas’, siendo salvajemente explotados por redes que se manejan impunemente. De manera confusa y sin demasiado hilo para cortar, la trama avanza sin potenciar lo suficiente las emociones de sus personajes, a merced de estas redes.
Sin grandes hallazgos ni condimentos que complejicen la trama, “Sangre Blanca” consigue exiguos pasajes de tensión dentro de la sofocante habitación de hotel, que no logran explotar el suspenso que merece la presencia del cadáver y el acecho de los dueños de la droga. No existe el impacto ni la intensidad que este tipo de género requiere, tampoco la dosis recomendada de entretenimiento. El film transita hasta su desenlace en un lento y monótono fundido