Papá no me quiere.
En su segundo opus, la directora Barbara Sarasola-Day construye desde la estructura del thriller frenético un atractivo relato que gira en torno a la desesperada situación de una joven que acepta el trato de transportar en su cuerpo droga proveniente de Bolivia. Su compañero de ruta, con quien cruza la frontera muere al abrirse uno de los paquetes que al igual que ella se tragó para no ser detectado y desde ese instante la presión sobre ella recae por partida doble: un cuerpo, una entrega fallida y la imposibilidad de huida del lugar.
El punto clave de la historia lo constituye la subtrama que se inserta y de cierta manera motoriza las decisiones de Martina (Eva de Dominici), quien involucra a su padre biológico (Alejandro Awada) en su problema cuando jamás se hizo cargo y ni siquiera la reconoció como hija.
La mezcla de elementos, por un lado los secretos de familia y por otro los del policial duro, hacen de este thriller una propuesta interesante a la que debe agregarse el acierto del casting, sobre todo en la elección de Eva de Dominici en un rol que le viene justo para seguir explotando su gama de personajes rudos que hacen de la belleza un arma letal pero sin proponérselo o actuando de bellas o femmes fatales. En el caso de Alejandro Awada, la garantía de sobriedad siempre aporta la cuota de realismo para hacer verosímil cualquier vínculo o complemento actoral para lucimiento de su co protagonista.
Con pulso, ritmo y una banda sonora climática, sumada la fotografía en la que destacan colores adecuados a los estados anímicos, Sangre blanca funciona en todos los niveles esperados.