Es un thriller, hecho y derecho, que tiene una subtrama por demás atractiva, con el condimento dramático.
Martina y Manuel acaban de cruzar la frontera con Bolivia. Son mulas. En la habitación del hotel, Manuel no da más. De hecho, su cuerpo tampoco: una de las cápsulas con droga que ha ingerido para no ser detectado en el contrabando, ha explotado, y fallece.
Martina (Eva de Dominici) se encuentra ante una (o varias) situación(es) inesperada(s). Ella también tiene las cápsulas, que consigue extraer de su cuerpo, pero los capos de la droga le exigen que le entregue la totalidad. La suyas y las de Manuel.
Así que Martina está en un lugar que desconoce, con un cadáver a cuestas y sin poder huir. ¿Quién podrá ayudarla?
Allí entra en juego el personaje que compone Alejandro Awada. Es el padre biológico, que nunca ha reconocido a Martina. Médico, su hija ve en él más que una tabla de salvación.
La llegada del padre es también rica en matices. Esa relación que nunca existió empieza a reconstruirse, pero con más temores y miramientos de costado que otra cosa.
A la salteña Barbara Sarasola-Day no le tiembla el pulso a la hora de rodar escenas jugadas, fuertes, con el cadáver y la droga, y tampoco en los enfrentamientos verbales de los personajes de De Dominici y Awada.
El relato va crispando los nervios, hasta llegar a un desenlace que se las trae.
La sequedad de la situación claramente aporta al estilo del actor, que siempre ha preferido medirse antes que romper en exabruptos al construir este rol, con las ambivalencias del caso. De Dominici más que cumple, ya que está casi todo el tiempo en pantalla, y va pasando por distintos estados de ánimo, pero siempre, siempre, con rostro sufrido.