Perdida en la frontera
Anclada en el subgénero que profundiza en problemáticas relacionadas con el narcotráfico, y en particular, en ese reducido grupo de películas que toman la frontera con su universo, Sangre blanca (2018) de Bárbara Sarasola-Day (Deshora), es un logrado exponente local que avanza a paso firme desentrañando las redes que esconden y sostienen el tráfico de drogas.
Martina (Eva de Dominicci) es una joven mochilera que decide asumir un riesgo, el transformarse con su compañero en mula para obtener dinero rápido y así continuar con su periplo por diferentes lugares de la región. Aquello que comienza como un desafío se transforma rápidamente en otra cosa y ante la inevitable realidad de algo que sale mal, y el tener que asumir una posición frente a los hechos, acude a su padre (Alejandro Awada), un hombre con el que no mantiene relación alguna.
A partir de ese momento, de ese llamado telefónico desesperado, Bárbara Sarasola-Day transita la delgada línea que separa la realidad con la ficción, brindándole al espectador un registro cinematográfico vívido, urgente, rústico, que potencia los indicios de una trama simple pero que permite el lucimiento de sus protagonistas con una cámara nerviosa, que acompaña cada uno de los movimientos y decisiones de Martina.
Difiriendo con la imagen que oportunamente ofrece desde su exposición mediática y en redes sociales, Eva de Dominicci sorprende con una composición lograda, que acierta en aquellos momentos en los que la vulnerabilidad invaden la interpretación, y suma aún más cuando la pesquisa comienza a definir el tipo de relación entre los personajes.
La directora se despega de un relato estereotipado buceando en las miserias de los protagonistas para comenzar a hablar ya no del narcotráfico, su desencadenante y las necesidades que llevan al mismo (sin juzgar nunca los roles, o la veracidad de los hechos), sino que desarrolla vínculos, redes de contención momentánea, de la familia, del amor, y también de vínculos sanguíneos sin afectos.
En la confusión de ir construyendo pequeñas viñetas con una dramaturgia que prefiere la tragedia para desarrollarse en el género, y que escoge deliberadamente, exponer a Eva de Dominicci como protagonista absoluta, Sangre blanca potencia atmósferas y climas. La tensión de escenas casi sin diálogos, se multiplica cuando el naturalismo construido choca con algunos giros de guion que responden al género, pero que aun así escapan de lo reiterativo en el cine nacional, ofreciendo impacto desde cuadros construidos a sapiencia y planos que escudriñan a los protagonistas para potenciar las emociones.
En manos de otro realizador Sangre blanca podría haber caído en el lugar común sobre chica de clase media que busca acción a partir de una situación extraordinaria, plagando de clichés el relato, pero por suerte bajo la mirada de Bárbara Sarasola-Day hay un interés por contar otra cosa, la imposibilidad de predeterminar los actos, sus consecuencias y las decisiones que deben tomarse para salir ilesos, o no, del propio laberinto en el que nos encontramos.