La película de Bellocchio se estrena este jueves en la cartelera nacional y ubica un cuestionamiento de fe entre dos épocas aparentemente inconexas. Por un lado, una Juana de Arco atemporal se niega a confesar su crimen mientras la iglesia insiste en castigarla por tal silencio. Por otro lado, un hombre a quien llaman el vampiro se rehúsa a vender su propiedad en el pueblo para dar prueba del paso de los cambios en donde vive.
Así se entrama el filme pero no con pocas complicaciones. El paso de un tiempo a otro es forzado puesto que no hay una fluidez entre uno y otro, y el humor impuesto en la segunda fase es muy evidente como para que funcione. Tal forcejeo se aligera con unas actuaciones que hacen de la película un encuentro amable y donde edad y fe se confunden en pos de una reflexión sobre el tiempo y la sociedad. ¿Qué pesa sobre la sociedad para que el tiempo no la castigue con la duda? ¿Cómo funciona la sociedad como para que las mentiras de un hombre dilapiden el futuro de un pueblo?
El filme transcurre entre diversas posibilidades de romances asomadas entre el soldado Federico (Pier Giorgio Bellochio) y las hermanas Perletti (Alba Rohrwacher y Federica Fracassi) o entre él y Benedetta (Lidiya Liberman), además de entre las pruebas de fe de la castigada. Es la dureza de tales pruebas la que hace ésta una película difícil, aunque no termina siendo cruda. Su retrato es sincero y asoma una crítica a la persecución eclesiástica por las decisiones de sus cuestionados.
Las actuaciones están al servicio de la historia. Ninguna destaca, sino que se complementan con los giros y acciones de la película. Esto no es un cuestionamiento, sino la capacidad de los actores y del director para conjugar un trabajo mancomunado.
Al final, la mayor debilidad del filme es la música que fuerza con decorar cada momento de un tono impostado que poco tiene que ver con lo que ocurre. El drama y la ligereza son retratados aquí con una intensidad innecesaria que más bien empaña el resultado final. De no ser por esto, sería una película enfocada en las pruebas de fe a las que somete la iglesia; son pruebas intensas y que muestran el carácter de pena que tiene la religión para la vida eclesiástica.