Dos épocas, un mismo poder
Si todo el cine de Marco Bellocchio está atravesado por las relaciones filiales, Sangre de mi sangre (Sangue del mio sangue, 2015) no es la excepción a la regla. La última película del director de Vincere (2009) sella el lazo de sangre que une su discurso autoral desde los tiempos de I pugni in tasca (1965). Justo donde se rodó, hace 50 años, en Bobbio, es adonde Bellocchio regresa para saldar sus cuentas pendientes con las propias raíces. El protagonista del film es su hijo Pier Giorgio Bellocchio, una elección que parece natural y obligada.
Narrada en dos tiempos, pasado y presente, Sangre de mi sangre arranca en el 1630 con Federico Mai, un joven soldado al que reclama de vuelta en el hogar familiar la madre, desesperada porque su hermano gemelo, Federico, sacerdote, se ha suicidado en el convento del pueblo y no podrá ser enterrado en la tierra sagrada. La monja que lo sedujo, Benedetta, es considerada una bruja y la entierran viva por orden del cardenal al cabo de varias pruebas inquisitorias. Con un salto temporal de 400 años, volvemos a encontramos a Federico en la piel de un estafador en la Bobbio contemporánea, enfrentado con un conde vampiro, oculto en la ciudad, al frente de un consorcio de oscuros personajes.
Bellocchio expone y compara dos situaciones históricas que supuestamente deberían ser universos diferentes, aunque lo que nos dice es más bien todo lo contrario. Los males endémicos que amenazaban antes quizás no sean mucho peores que aquellos con los que tenemos que enfrentarnos a díario. De la época intolerante y arcaica en la que la iglesia era el máximo poder, aquella que atribuía los deseos sexuales a la supuesta herejía condenándola con la inquisición y en consecuencia, al encierro perpetuo o la pena de muerte, al perverso y desalmado mundo contemporáneo en el que todos nos debemos y sometemos a una despiadada tiranía política y social en la que impera la corrupción.
"Bobbio es el mundo", sentencia con sarcasmo el conde vampiro en una charla con el dentista, ambos disgustados por los efectos de la globalización. La oposición entre lo viejo y lo nuevo es continua y ambos salen perdiendo. El vínculo entre el presente y el pasado está en las raíces del poder, que en una época fue eclesiástico y que hoy es, sobre todo, de quien acumula riquezas. Solo las figuras femeninas, en su potencia deflagrante, se atreven a oponerse a tales actitudes autoritarias descaradas.
Y siguiendo la regla familiar, Bellocchio, reúne una vez más a sus actores más queridos como si de una cofradía se tratase: Roberto Herlitzka, Toni Bertorelli, Alba Rohrwacher, Federica Fracassi (ambas en Bella Adormentada), así como Bruno Cariello, Filippo Timi, la hija Elena y el hermano del propio Marco Bellocchio, Alberto.
Bellocchio sorprende en Sangre de mi sangre por el carácter absolutamente libre, desenfadado y rupturista. Una película compleja, excitante y definitivamente brillante.