Menos mal que se estrena esta película de Bellocchio, uno de los pocos realizadores que sabe combinar en una misma forma el gran espectáculo y las grandes ideas. Aquí hay dos historias que se corresponden como en espejo: la del juicio a una joven acusada de bruja tras el suicidio de un monje y la de una suerte de combate entre un hombre y el dueño del pueblo -Bobbio, el mismo de I pugni in tasca- donde transcurre la historia, una especie de vampiro. Las dos historias juegan en torno de la acumulación y el ejercicio del poder, sea el de la Iglesia o sea el del dinero. En ambos casos, son mujeres las que colocan en crisis la autoridad, lo que las transforma en agentes de renovación en mundos conservadores que pretenden vivir en el pasado. Bellocchio utiliza el gran espectáculo, el registro a veces teatral, la imagen seductora para introducirnos en este mundo que es también una fantasía (para el autor de Vincere, la fantasía es la manera más clara de comunicar la verdad detrás de las apariencias), el humor sardónico -la secuencia entre el magnate/vampiro y el dentista es de una precisión notable y una ironía absoluta. Directa a la selección de mejores estrenos de un año donde se relega al ostracismo de la salita perdida a los films que no optan por la saciedad inmediata, que el veterano Bellocchio siga filmando y pensando el mundo es toda una alegría, como la que va a obtener el que se acerque a esta maravilla.