El arribo de la nueva película de este maestro italiano que nos regaló gemas como Con los puños en los bolsillos, El diablo en el cuerpo, Buongiorno, notte y Vincere es un verdadero acontecimiento y, por eso, OtrosCines.com auspicia su lanzamiento en Argentina. La película -ganadora del premio FIPRESCI de la crítica internacional en la Mostra de Venecia 2015- va del pasado (la Inquisición en el siglo XVII) a la actualidad (una sociedad corrupta y decadente) con una audacia y un desparpajo absolutos: cine de vampiros, thriller religioso y sátira política. Todo eso junto.
La acción de Sangre de mi sangre –el film más complejo y audaz de Marco Bellocchio en muchos años– arranca en un convento donde un párroco intenta conseguir una confesión de brujería de una mujer acusada de seducir y llevar al suicidio a un sacerdote. Estamos en el siglo XVII y esta persecución busca en realidad limpiar el buen nombre del confesor. Así, Bellocchio presenta un patrón de hipocresía i perversidad que hallará su perfecto contrapeso en un inspirado estudio del deseo (amoroso y carnal), presentado como un impulso transgresor capaz de derribar las doctrinas morales imperantes.
Cociendo sus postulados a fuego lento, Sangre de mi sangre regala al espectador una serie de deliciosas rupturas de la ortodoxia fílmica capitaneadas por una brecha central que parte el film en dos. Sin previo aviso, la película saltar al presente para observar cómo un viejo vampiro, el “Conde” (Roberto Herlitzka), ve amenazada su plácida existencia cuando un millonario ruso decide comprar su morada, el mismo claustro en el que, hace siglos, fue encerrada la joven acusada de brujería. Es hora de pasar cuentas con el presente sin olvidar el pasado. En una memorable reunión con otro viejo vampiro que trabaja como dentista, el “Conde” clama contra la “obsesión por la justicia” de la nueva Italia, y evoca con nostalgia un aislamiento atávico que considera el principio esencial del vampirismo y el sostén de la vieja Italia provinciana. Una Italia retrógrada que se presenta como la antepasada de esa nación corrupta, perezosa, decadente y falsamente orgullosa que Bellocchio retrata con furia en la segunda mitad del film.
Elusiva y al mismo tiempo rabiosa, Sangre de mi sangre confirma a Bellocchio como un lúcido observador de la realidad, la historia y la psique italianas. El suyo es un cine de sombras y fantasmas, pero Bellocchio es también uno de los más efusivos creyentes en el poder de la belleza. La apoteósica y romántica clausura de Sangre de mi sangre demuestra que el director de Buenos días, noche es de todo menos un hombre resignado. Su fe en el poder transfigurador de la belleza y el arte es nuestro pasaporte a la revelación.