Podría marcarse una diferencia entre las películas argentinas malas que manipulan y bajan línea, y las que siendo malas no intentan convencer de algo sino que solamente se limitan a tratar de contar una historia. En el primer grupo estarían con seguridad Anita, Rodney o Nunca estuviste tan adorable, y en el segundo Toda la gente sola o Mentiras piadosas. A Sangre del Pacífico se la podría incluir en el segundo grupo. La película de Boy Olmi es un verdadero rejunte de clisés, diálogos flojos y elipsis narrativas inútiles, pero en ningún momento se intenta generar un discurso social respecto de uno de los temas que más se dedica a elaborar el guión: la vida de las mujeres que vienen a la Argentina en busca de un trabajo de empleada doméstica. El tema no solo está encuadrado dentro de ciertos límites discursivos, sino que incluso dando la palabra a los personajes marginados que padecen esa condición, nunca se llega a caer en la denuncia fácil. Más bien ocurre lo contrario: curiosamente, durante las escenas en que vemos a Sara con su material de trabajo (el personaje de Ana Celentano es documentalista y está preparando un proyecto sobre las empleadas domésticas de origen extranjero), es decir, cuando el registro de ficción se diluye y por momentos un aire documental muy fuerte se apodera de la puesta en escena (ver los testimonios a cámara y la interpretación de las entrevistadas), la película respira como nunca lo hizo antes ni hará después. Al lado de esos momentos, de tono despojado y logradamente crudo, varios momentos como la aparición televisiva de Sara o los soliloquios y las líneas pretendidamente enigmáticas de Jorge (Delfi Galbiatti) resultan todavía más acartonadas y falsas de lo que podrían haberlo sido en un principio. Es como si esas breves escenas de corte documental atentaran contra toda la estructura narrativa y actoral de la película: casi como si desde la edición se realizara un desenmascaramiento involuntario del tono impostado que domina a la ópera prima de Boy Olmi.
No hay mucho más para decir de Sangre del Pacífico: apenas que su respeto para con uno de los temas que aborda y su reticencia a la denuncia políticamente correcta concuerdan con su tibieza general y su falta absoluta de nervio cinematográfico para contar una historia. Lo único para rescatar es la gracia y belleza de Charito (Emilia “Picky” Paino), que con sus gestos contenidos, miradas inseguras y acento entrecortado le brinda a la película sus únicos momentos de verdadero brillo.