Pasiones destructivas entre el ring y la cama
Todo es carnal. Se abre con el torso trabajado de Sbaraglia. Es un adelanto, porque el film es una apología del cuerpo, convertido en servidor irrenunciable a la hora de la violencia, de la pasión y sobre todo de la pasión hecha violencia. Es una crónica arrebatada y ardiente. Belón no se priva de rodear a esos cuerpos, de filmarlos con deleite, de desnudarlos todas las veces que haga falta para intentar entenderlos mejor. Las piñas dejan marcas, pero los besos hacen sangrar. Las escenas de la cama son de un realismo infrecuente en el cine nacional. Hay un juego constante entre agresiones y abrazos, entre la cama y el ring, un maridaje que alcanza un éxtasis parecido en el orgasmo y en el cuadrilátero. El amor se ha convertido en pura lucha para este par de boxeadores que llevan sus pulsiones destructivas a todos lados y que no distinguen entre ardores, ilusiones y entregas.
Es la historia de Ramón, un veterano campeón, cuarentón, que se la ve mal en su última pelea, pero que tras ese accidentado triunfo, al toparse en el gimnasio con una joven boxeadora en ascenso, decidida y salvaje. Allí decidirá desandar el camino, volver para atrás, regresar al ring y a la aventura, y buscar desde un nuevo lugar los títulos de siempre.
Ficción de Hernán Bilon (El campo, con Sbaraglia y Dolores Fonzi) que funciona a la hora de describir ambientes y climas. Está bien elegido el elenco secundario (Núñez y Rissi son una garantía) y las locaciones. Y está Leonardo Sbaraglia, un actor capaz de sacarle jugo a cualquier personaje. El film transmite cierta autenticidad en gestos y expresiones. Pero le falta más historia a esta historia. Algo que vaya más allá del ring y la cama. Es cierto que en esos ámbitos se juega parte de la batalla de estos seres que eligen las piñas como la expresión única y salvaje de unas vidas entrecruzadas. El tiene una mujer y dos hijos. Ella ha sido una chica casi abandonada. El gimnasio más que un aprendizaje es una cita. El campeón casi jubilado decide volver a la actividad y expone su título de pugilista y amante con esa retadora insaciable que le hace doler más que sus oponentes. Ella también fue castigada por la vida. Y apuesta a la pasión para poder desahogarse con un amor que la viene a desafiar y que le exigirá, como el pugilismo, altísimas dosis de recelos y entrega. El mundo oscuro del boxeo torna más sombrío el conteo de un amor que se hace bolsa.