El tigre salvaje (o Rocky a la argentina)
Un drama boxístico donde la pasión y el dolor se confunden con la tentación de lo nuevo y el fantasma del retiro.
Que el título de esta crítica vincule a dos clásicos del boxeo en el cine como Rocky y Toro salvaje no es casualidad. Después de todo, más allá de que está basado en un cuento venezolano, de la impronta argentina que aporta el guión y de sus locaciones en Barracas o Avellaneda, la nueva película de la dupla (director-actor) de El campo trabaja sobre los tópicos esenciales del subgénero, especialmente sobre aquellos campeones que ya están en el final de sus carreras y deciden -contra todos los consejos- aplazar el retiro, hacer “una pelea más”.
Ramón “El Tigre” Alvia (Leonardo Sbaraglia con un físico muy trabajado en entrenamiento) es un cuarentón que, en la escena inicial, defiende su título sudamericano. La pasa mal sobre el ring ante un rival más joven, pero con experiencia, trucos y mañas saca el combate adelante. Tiene todo listo para un retiro con gloria, con el cinturón en su poder, con la posibilidad de inaugurar un negocio de ventas de artículos de boxeo con su esposa italiana (Erica Bianchi, discreta actriz que entró por designios de la coproducción), pero él íntimamente no se siente a gusto con esa decisión “consensuada”. Mucho menos cuando, al regresar al gimnasio, se topa con Déborah (Eva De Dominici, en plan bomba sexual), una veinteañera que también se dedica a pelear.
Lo que sigue es un juego un tanto obvio de atracción física llevada a la pasión y por momentos incluso a la violencia sadomasoquista. Las escenas eróticas son muchas e intensas, pero por momentos algo artificiosas, con un regodeo en la estilización y citas (como la de El desprecio, de Jean-Luc Godard) que resultan un poco torpes. En este sentido, tanto Belón como su notable director de fotografía Guillermo “Bill” Nieto hacen un mejor trabajo con los cuerpos sobre el ring que sobre la cama. Las peleas tienen una mayor visceralidad e impacto que los encuentros carnales tan explícitos.
Sangre en la boca está construida con indudable oficio, buenos recursos de producción, sólidos actores secundarios como Osmar Núñez y Claudio Rissi, pero termina pendulando sin convencer del todo entre el drama erótico y el boxístico. Es como si no se terminara de decidirse del todo por un cine popular, si se quiere algo grasa (a-la-Gatica, el mono), y una apuesta más seria y profunda sobre el paso del tiempo, la negación, la culpa y lo prohibido. Se queda, entonces, a mitad de camino, aunque con un impecable acabado técnico y formal que la hace indudablemente atractiva.