La segunda película del director de “El campo” lo reúne con Leonardo Sbaraglia, quien interpreta a un boxeador a punto de retirarse que se enamora de una colega más joven (Eva De Dominici) poniendo en peligro su vida personal y lo que queda de su carrera. Es un relato boxístico de intenciones clásicas con un llamativo grado de erotismo.
SANGRE EN LA BOCA está a mitad de camino de un par de autopistas narrativas que se cruzan. Por un lado es una clásica película de boxeo acerca de un casi retirado campeón que no logra adaptarse a la vida posterior al ring, lo que le provoca el deseo de volver a pelear y, consecuentemente, problemas con su esposa. Por otro lado, es un drama erótico acerca del affaire que el boxeador comienza con una joven que entrena en el mismo gimnasio y con la que inicia un intenso y, si se quiere, tórrido affaire que la cámara de Belón describe con lujo de detalles, transformando a su película en una de las más “hot” del panorama local en mucho tiempo. La combinación entre ambas zonas del relato no siempre funciona del todo bien, pero la solidez del elenco y la intensidad de algunas escenas (en el ring o en la cama) la sostienen a lo largo de su duración.
De alguna manera, el director y actor de EL CAMPO intentan recrear desde otro lugar la mecánica de aquel filme en el que una pareja intenta recomenzar su vida mudándose a un caserón en un pueblito. Allá era ella la que no se acomodaba a la nueva vida. Aquí es él. Sbaraglia encarna a Ramón “El Tigre” Alvia, un campeón que se retira tras ganar dificultosamente su última pelea. Su plan –similar al de EL 5 DE TALLERES, de Adrián Biniez– es poner un negocio con su mujer italiana. Pero la perspectiva no lo seduce para nada y vuelve a entrenar.
Allí conoce a Déborah (un muy sexy Eva De Dominici, que se las arregla de todos modos para dar creíble como boxeadora) y la atracción mutua deriva rápidamente en sexo, lo que continúa con las previsibles tensiones del triángulo amoroso, al que hay que sumarle que, entre boxeadores, a veces las cosas se discuten de una manera un tanto más intensa que lo habitual. En algún momento aparecerá la posibilidad de que El Tigre vuelva a pelear, lo cual generará una nueva serie de problemas con el submundo del boxeo (escenas en las que aparecen muchos boxeadores reales) y con sus seres más cercanos.
La película no termina construyendo la suficiente tensión o intensidad dramática como para convertirse en una suerte de ROCKY local. Lo que sorprende es el tenor erótico de las muy francas escenas sexuales, intensas pero a la vez excesivamente cuidadas, casi en un estilo publicitario/clipero. Las escenas llaman la atención pero también distraen bastante de la trama.
La película no acaba por cerrar dramáticamente del todo bien –da la impresión que es un corte posible entre muchos que pueden haber circulado durante la posproducción y que los personajes no terminan por definirse muy bien– pero Belón consigue generar los suficientes elementos como para construir un producto entretenimiento, en especial a partir de la intensidad que el filme tiene en sus enfrentamientos boxísticos (en el ring y fuera del ring). Lo que a los personajes les falta en desarrollo psicológico lo ponen en el cuerpo: todo lo que tienen para decir está en sus puños y en el resto de sus muy trabajados físicos.