El mundo pugilístico dio frutos para todos los gustos en el cine argentino. Desde el personalísimo revisionismo histórico de Favio en Gatica: El Mono, hasta el producto comercial simil televisivo de La Pelea de Mi Vida, entre otras especies en donde sobre todo el melodrama no fue ajeno.
En su segundo opus de ficción, Hernán Belón vuelve sobre ese mundo de puños como herramientas de trabajo; pero no lo hace desde ninguna de las ópticas antes mencionadas. Poniendo el foco en los momentos en que el boxeador se baja del ring, observando el entorno, y realizando un sutil recorrido por su psiquis.
Quizás haya que recorrer otros deportes para trazar paralelismos; con parciales similitudes a la lograda El Cinco de Talleres; o en otras latitudes, y reconocer que en varios tramos nos hará recordar a Million Dollar Baby y la saga de boxeo por excelencia, Rocky. En definitiva, Belón no se traiciona y sigue un camino similar, aunque en otro ámbito, a su anterior largometraje El Campo.
Ramón “El tigre” Ávila (Leonardo Sbaraglia) debe afrontar uno de los momentos más difíciles de su cerrera y de su vida, la última pelea, esa que lo lleva al retiro. Luego de ganar el título Sudamericano, es evidente que la edad pesa y es momento de colgar los guantes.
Su familia cree que ahora “podrá” disfrutarlo más, e intentan emprender un negocio para mantenerse.
Pero El Tigre todavía quiere rugir, pasa las horas en el gimnasio, entrenando como una adicción de la que no puede salir. Y esa adicción lo llevará a otra, que lo puede conducir a la ruina; conoce a Déborah (Eva de Dominici), una joven promesa del boxeo femenino, venida de Misiones, a la que apoyará deportivamente, y vivirá una pasión que pareciera no tener nada que ver con el amor, es solo fuego de descarga, sexual y violento a la vez.
Ávila busca todos los momentos posibles para pasarlos en el gimnasio y estar con Déborah, quien también saca su rédito personal. Mientras tanto, el mundo que lo rodea se desmorona, lo pierde todo, a la familia, a los afectos, todo, menos ese micromundo de guantes que encuentra una “nueva posibilidad”, cuando el poco limpio intendente de la zona (Osmar Nuñez, en un roluy similar a de la telenovela Contra la Cuerdas) decida patrocinar unas peleas extras para atraer votos.
Adaptada (muy libremente) por el propio director y Marcelo Pitrola del cuento homónimo de la venezolana Milagros Socorro; Sangre en la Boca es sexo, es furia, es revancha, y suciedad.
No estamos frente a un film amable ni de superación convencional, si bien contiene varios de los clichés típicos de las películas de box, avanza más allá, para mostrar la violencia (no necesariamente física) abajo del ring. Adentrarse en la mente de una persona que debe(ría) abandonar lo que lo apasiona para comenzar un camino de regreso, de retiro.
Apoyada en fuertes interpretaciones, tal como sucedía en El Campo (en la que también se recurría al sexo como escape furioso), el relato requería de una pareja que dejara todo delante de cámara, y los encuentra en Sbaraglia y De Dominici.
No hace falta aclarar la capacidad camaleónica del actor de Caballos Salvajes, cada personaje que interpreta lo hace suyo, lo complejiza y adiciona una serie de tics nunca repetidos; todo es creíble bajo su piel.
De Dominici recae en un personaje que desde la letra pareciera contener una serie de lugares comunes sobre los venidos del interior y la mujer deportista. Pero al apoyarse en su contraparte masculina se potencia y logra momentos convincentes, jugados, en donde la química es fundamental.
La pareja es acompañada por una serie de secundarios todos correctos, aunque quizás necesitaron de un poco más de espacio en pantalla, sobre todo lo relacionado con su esposa y familia.
Con mucho ritmo y una fotografía de luces y sombras que acompaña ese espíritu deportivo, con la suma de lo sucio más allá de lo sudoroso, Sangre en la boca compone un todo convincente que escapa a tópicos generales y trillados y ofrece más de un guiño inesperado.
Tanto en el documental (es el hombre detrás de las muy recomendables Sofía cumple 100 años y Beirut-Buenos Aires-Beirut) como en la ficción, Belón demuestra ser un realizador atravezado por las emociones pasionales, que pueden ir desde la ternura, hasta lo más explícito de nuestros deseos a la hora de canalizarse. Antes que un film de género boxístico, Sangre en la boca es un film con una gran impronta personal.