"Sangre en la boca" retrata la vida de un boxeador en el final de su carrera y que, obviamente, intentará levantarse aunque los golpes hayan determinado la cuenta que está por llegar a diez y lo dejarán vencido sobre la lona. Lo más destacable del filme es la interpretación de Leonardo Sbaraglia y Eva De Dominici.
"La vida no se trata de cuán duro golpeás, sino de qué tan duro puedes ser golpeado y seguir avanzando. Así es cómo ganás”, decía el ya viejo Rocky Balboa en la sexta entrega de la saga del boxeador que interpretó Sylvester Stallone. Si bien parece una frase trillada, es un concepto típico de las películas sobre este deporte, cuyos protagonistas en la vida real tienen que luchar mucho más cuando bajan del ring que durante los combates. Con ese paradigma, se narra la historia de “Sangre en la boca”, dirigida por Hernán Belón, que retrata la vida de un boxeador en el final de su carrera y que, obviamente, intentará levantarse aunque los golpes hayan determinado la cuenta que está por llegar a diez y lo dejarán vencido sobre la lona.
En su pelea por la defensa del título sudamericano, Ramón Alvia (Leonardo Sbaraglia) vence a su oponente aunque demuestra que la edad y los golpes recibidos pueden ponerlo nervioso. Tras ganar, su familia está feliz porque es tiempo de su retiro. Sin embargo, vuelve a entrenar a los pocos días y con el correr de las escenas su deseo de continuar con su carrera se hará visible. En el gimnasio se cruza con Débora (Eva de Dominici), una principiante que llegó de Misiones con sueños de hacerse profesional. Ramón pone sus ojos en ella, olvidándose de su esposa, y comienza una relación apasionada, visceral, con pocos sentimientos y muy sexual. Con esta “renovación”, sus ganas de mantener la gloria aumentan, y su promotor (Osmar Núnez) aprovechará esa situación para obtener un rédito político en sus ínfulas por convertirse en intendente de Avellaneda. Mientras tanto, la relación con Débora avanza tanto en pasión como en dependencia y obsesión, y ambos destapan personalidades violentas que estaban latentes desde el principio (tras tener sexo por primera vez, “hacen guantes” en la habitación que alquila la joven). Lo más destacable del filme, que es adaptación de un cuento venezolano, es la interpretación de Leonardo y Eva, que demuestran química e histrionismo en cada toma, a pesar de que sus papeles son desafiantes. Sus personajes toscos, poco románticos y muy físicos son llevados a la perfección por ambos, Sbaraglia como apuesta segura y Eva como un gran hallazgo. En ese sentido, la dialéctica del argumento trasluce cada momento actoral: el experimentado Leo se conjuga perfectamente con la debutante De Dominici.
La sexualidad como herramienta para la narración es otra gran cualidad un tanto peligrosa que propone el director, que en una relación de pocas palabras decide imprimir erotismo para que la química entre los boxeadores sea verdaderamente palpable. Simbólicamente puede advertirse que la personalidad de Ramón esquiva problemas a la vez que va a buscar de frente otros, se esconde cuando la mano es dura y se abre para intentar pasar por arriba a cualquiera que se interponga en lo que desea. En ese punto el filme avanza a grandes pasos y demuestra cabalmente que el guión no sólo es lo que se dice, sino que descansa en las palabras que sobran.