Sexo, boxeo y rock and roll.
En Sangre en la Boca, el segundo largometraje de ficción de Hernán Belón, se retoman las temáticas ya trabajadas en El Campo (2011): la cotidianeidad familiar, la vida sexual y la intensidad de sus condimentos, pero esta vez enmarcándolas en el mundo del boxeo y agregando ingredientes como la pasión, el paso del tiempo, la necesidad de reinvención y las cuestiones de poder en la pareja.
Sangre en la Boca es la adaptación de un cuento de la venezolana Milagros Socorro y los actores para sus entrenamientos recurrieron a la ayuda profesional de Diego “La Joya” Chaves y Érica “La Pantera” Farías, ambos asimismo actores de la película, a los que se sumó también -para el entrenamiento y la preparación- Jorge “Locomotora” Castro.
Ramón “El Tigre” Ávila (Leonardo Sbaraglia) es un campeón de boxeo sudamericano, con una familia constituida, que perderá algo más que su título al encontrarse con una sensual y joven boxeadora llamada Déborah, interpretada por Eva De Dominici (aquí en su segundo trabajo en cine). En el primer encuentro sexual entre ellos vemos guiños a El Desprecio (1963) de Jean-Luc Godard cuando ella, desnuda en la cama, le pregunta qué piensa él de cada parte de su cuerpo.
La primera ruptura del verosímil se produce cuando al leer la sinopsis se describe a Déborah como supuestamente mexicana, cuando su tono, sin embargo, recuerda más bien a una chica del conurbano, o a cualquier piba de barrio argentina.
Las escenas que transcurren mayoritariamente en Barracas y La Boca están inspiradas en Gatica, el Mono (1993), sin embargo ninguno de estos guiños sirve para rescatar a una película cuyo guión es poco sustantivo y sus nudos dramáticos inherentemente cantados.
Aún así, es necesario remarcar un avance en la filmografía de Belón gracias a la intensidad de las escenas del film y una correcta actuación de Sbaraglia, que salva a la película cada vez que arden las papas. Sangre en la Boca invita al espectador a un final abierto. Un suspenso muy parecido al de El Campo, donde no se sabe bien si la vida golpea por perderse en la pasión o por la corrupción propia del mundo del boxeo y la política.
El Tigre no podrá volver a ser campeón ni será nuestro Rocky argento, pero a pesar de las carencias ya nombradas, la película de Belón golpea con un buen derechazo y promete anclarse para siempre en el mundo del cine argentino… aunque sea por puntos.