Promediando la segunda parte “SANTIAGO, ITALIA”, el último trabajo del multipremiado director italiano Nanni Moretti donde abandona sus narraciones de ficción para adentrarse en el terreno del documental, el propio Moretti confesará abiertamente en una de las pocas veces que aparece frente a la cámara: “No soy imparcial”.
Una frase tan corta como fundamental para comprender lo que quiere plasmar en pantalla y admite, hasta con una sonrisa, esa suerte de tendenciosidad sin malicia pero con apasionamiento, que se apodera de la narración. Todo quedará teñido del cristal personal con el que el cineasta decide poner en pantalla uno de los hechos históricos más trascendentes en la historia de América Latina como fue el Golpe de Estado de Septiembre de 1973 en Chile.
En “La cosa” (1990), Moretti ya había incursionado en el terreno del documental –género que repite en algunos de sus cortos- mostrando los cambios que se habían producido en el partido comunista de Italia, frente a hechos tan relevantes como por ejemplo, la caída del muro de Berlín.
Ahora, en “SANTIAGO, ITALIA” vuelve a ese registro (que en parte también aparece y nutre a todas sus películas autobiográficas pero que desarrolla dentro del terreno de la ficción) narrando el profundo desgarro sufrido por el pueblo chileno ante el derrocamiento de Salvador Allende, un verdadero líder popular que llegó a la presidencia mediante la histórica coalición de los partidos de izquierda mediante la llamada “Unidad Popular”.
La victoria de Allende fue motivo de una alegría enorme en el pueblo chileno –y cada uno de los testimonios así lo recuerdan- y abrió una etapa que sigue estando en el presente en los militantes y en el pueblo como un momento soñado e inolvidable en la historia de Chile: “un país enamorado de Allende y de lo que estaba ocurriendo” en las propias palabras de Patricio Guzmán, cineasta chileno que participa del documental de Moretti, como uno de los tantos testimonios que describen ese fresco de la época.
Así como apareció esa utopía socialista invadiendo el corazón del pueblo, al mismo tiempo comenzó una época de persecuciones políticas y se instaló la tensión con aquellos intereses que eran contrapuestos a las importantes reformas económicas y sociales con las que Allende apuntaba a transformar el país.
Moretti le da voz tanto a trabajadores, periodistas, catedráticos como a militantes, artistas y diplomáticos, para ir construyendo de esta manera, una pintura de ese momento único en la historia en donde los militares, con Pinochet a la cabeza, se instalan en el Gobierno y comenzará una época oscura de torturas, persecuciones y hasta con visos de lo que podría denominarse una guerra civil.
Los testimonios que recoge la cámara son potentes, crudos, valiosos y necesarios: los protagonistas aún a más de cuarenta años de sucedidos estos hechos, vuelven a quebrarse de emoción frente a la cámara al recordar las anécdotas y las vivencias de aquel momento.
Si bien es importante el contexto histórico en el que “SANTIAGO, ITALIA” se encuentra inmerso, el tema central del documental es el rol trascendental que ha jugado la Embajada de Italia en esta historia, uno de los pocos edificios de Embajadas que sobrevivieron en Santiago después del golpe.
Tanto la particularidad de sus muros bajos, como que mediante algunos ladrillos “robados” se había llegado a armar una especie de escalera sobre la pared, le permitió a cientos de chilenos, saltar esa pared e ir en busca de refugio y de su propia libertad. La fuerza contundente de “SANTIAGO, ITALIA” radica en los testimonios en primera persona.
Los propios protagonistas que cuentan sus propias vivencias y la posibilidad de una nueva vida en otro continente, huyendo del horror de la dictadura pinochetista. Moretti propone entonces una reflexión que surge espontáneamente contrastando a aquella Italia solidaria y de puertas abiertas de los años ’70 frente a ésta de hoy, con grandes problemas inmigratorios, pero con un pueblo condicionado a un contexto social y político completamente diferente.
Atravesado por una melancolía permanente de aquellos buenos viejos tiempos, la crudeza de lo sucedido que aún hoy sigue provocando dolor y tristeza y estos testimonios que dan cuenta de una época de ideales a la que parece difícil poder volver, se va conformando un relato potente y movilizador sobre el que Moretti pone su mirada de autor y sus propias convicciones al servicio de una cámara que no hace mucho más que coleccionar vivencias y testimonios.
Quizás hubiese podido hacer mayor gala de su virtuosismo narrativo. Pero sin embargo decide apostar al contundente relato de cada entrevistado y de esa forma va estructurando su documental, con la plena confianza de que la fuerza contenida en cada uno de esos testimonios, es suficientemente fuerte para atrapar a cualquier espectador, aún a quienes no hayan conocido la historia.
El collage que logra, más allá de la previsibilidad en la que pueda instalarse, tiene una riqueza y un atractivo que seduce al espectador. Y Moretti como siempre, nos deja pensando, reflexionando, volviendo a revisitar una historia con la que nuestro país tiene profundas semejanzas, una herida abierta en América Latina.