Nanni Moretti, el director de “Caro diario” y “La habitación del hijo”, hace pocos documentales, pero buenos, como “La cosa”, sobre la decadencia del Partido Comunista Italiano; “El último cliente”, sobre una vieja farmacia, y este “Santiago, Italia”, quizás el mejor, enteramente hecho sobre la base de breves testimonios del gobierno de Salvador Allende, el cruento golpe militar de Pinochet, y el papel de la Embajada Italiana y de los italianos de aquel entonces.
Sorprenden los recuerdos de Patricio Guzmán (“gente que aplaudía desde los balcones el paso de la Fuerza Aérea para bombardear La Moneda”) y de varios chilenos que lograron saltar la tapia de la Embajada, vivieron allí largo tiempo y hoy pueden sonreír evocando esa estancia, como uno que entonces era niño y con otros niños jugaba inocentemente “a carabineros y asilados”. También, la terquedad del general Raúl Eduardo Iturriaga, hombre fuerte del Servicio de Inteligencia que todavía niega los cargos por los que está preso en Punta Peuco. La película no los detalla, pero son decenas, entre ellos el asesinato del comandante retirado Carlos Prats y su esposa en Buenos Aires, el atentado contra el democristiano Bernardo Leighton en Roma (por el cual Italia lo condenó en ausencia a 18 años) y un largo etcétera. Tribunales de Francia y España todavía lo reclaman.
Surge de pronto la imagen de Monseñor Silva Henríquez, luchador contra la dictadura pinochetista. Se emociona el traductor Rodrigo Vergara al evocarlo. “Soy ateo”, dice, “pero cuando una persona merece respeto, tú debes dárselo”. Y ahí vemos a los héroes: el embajador Piero De Masi, que actuó “sin instrucciones”, y los secretarios Roberto Toscano (“el Estadio Nacional parecía una película de nazis clase C”) y Enrico Calamai, que también estuvo a la altura de las circunstancias cuando fue embajador en la Argentina. Paulatinamente, los refugiados chilenos fueron embarcados para Italia. Allí los recibieron con los brazos abiertos, solidarios, generosos, y enseguida les dieron trabajo. Es hermoso cómo recuerdan agradecidos tanto sentimiento fraterno. Muchos se quedaron en la península. Son historias de otro tiempo, de otra gente, hace notar Moretti a través del último chileno que aparece. Italia hoy es distinta. Para peor.