Esta opera prima de la bosnia Jasmila Zbanic ganó -entre otros premios- el Oso de Oro en la Berlinale 2006. Es que Grbavica (aquí rebautizada como Sarajevo, mi amor) es exactamente el tipo de películas que suelen triunfar en la competencia del festival alemán. Historias políticamente correctas, trascendentes, "importantes", con una mirada humanista, desgarradoras en su moraleja y prolijas en su confección. No es el tipo de cine que más me gusta (con su acumulación de calamidades y su denuncia recargada), pero reconozco que está bien hecha y que, en varios sentidos, funciona.
Una relación madre-hija (el padre, ausente, será el motor de la tragedia) es el eje de esta historia ambientada tras la guerra de los Balcanes. Y precisamente las secuelas -brutales, demoledoras- del conflicto bélico se convertirán en el trasfondo de la película.
Esma concurre a un grupo terapéutico para mujeres en problemas, recibe una miserable ayuda del Estado, pero no puede ni siquiera juntar 200 euros para un viaje escolar de su rebelde hija Sara, de 12 años. Por lo tanto, no le queda más remedio que aceptar un trabajo nocturno como camarera en un bar manejado por la mafia local. El machismo, la violencia, la descontención escolar, los traumas con los hombres, la culpa y los secretos más escabrosos del pasado reciente son algunos de los tópicos que Zbanic aborda con conocimiento de causa (hay bastante de autobiográfico en el film) y con sensibilidad, aunque por momentos la guionista y directora cede a la tentación de la explicitud y la obviedad.
De todas formas, Sarajevo, mi amor -con sus notables actrices y su honestidad brutal- resulta un impiadoso retrato de uno de los puntos del planeta donde el odio racial y la indiferencia o el oportunismo de las grandes potencias se combinaron para dar lugar a uno de los mayores genocidios de la historia.