La fuerza de lo que se mantiene oculto
Dentro de los tormentos sufridos por la población civil de Bosnia durante la guerra ocurrida entre 1992 y 1995, figuran el maltrato y el sometimiento sexual del que fueron víctimas miles de mujeres. Esta película ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín 2006, escrita y dirigida por Jazmila Zbanic (1974, Sarajevo, Bosnia-Herzegovina), tiene el mérito de recordarle al mundo las consecuencias de ese hecho, eludiendo el sensacionalismo.
Su protagonista es Esma (Mirjana Karanovic), mujer esquiva y desconfiada, de sentimientos contradictorios hacia su hija preadolescente (Luna Mijovic). Los motivos de sus reacciones irán develándose de a poco, llevando al espectador a un proceso de comprensión no sólo del personaje sino, también, de los problemas vividos por otras mujeres, cuyas caras se suman a la suya en reuniones de ayuda (psicológica y económica), mostradas al comienzo y al final del film. De esta manera, se va de lo particular a lo general, invitando no a ver en Esma un símbolo, sino el rostro de una de las tantas víctimas de la guerra que cargan diariamente su sufrimiento como una cruz sin dejar de adaptarse, como pueden, a la agitada vida cotidiana de la ciudad.
Casi toda la fuerza dramática de Sarajevo, mi amor está en esa madre insegura y su turbulenta hija, con sus bruscos cambios de humor, sus dudas y miedos. La excesiva atención puesta en el trabajo de las actrices (notables ambas), más un final esperanzador y emotivo –que ayuda a digerir la dura historia– le quitan aliento trágico, aunque la sinceridad de la propuesta es indiscutible.
El principal de sus aciertos, sin embargo, es el hecho de haber sabido representar un drama tan arduo sin ceder en ningún momento a la morbosa exposición de la violencia, a la tentación de mostrar (en un flashback, por ejemplo) las violaciones a las que se alude. Lo bueno de Sarajevo, mi amor es que, aún sin ser exteriorizado, lo oscuro y doloroso se manifiesta todo el tiempo, como en la mente de Esma.