Un Diablo suelto en L.A.
Pocas veces vemos a personajes tomar tantas malas decisiones como lo hacen dentro del género de Terror: Bajar a un sótano sin luz, separar al grupo en vez de mantenerse unidos antes una amenaza inminente, preguntar “¿Quién anda ahí?” exponiéndose ante un potencial asesino demente, etc., ustedes saben. En el caso de Satanic: El juego del demonio (Satanic, 2016) todo se pone en marcha luego de que los cuatro protagonistas deciden meterse con fuerzas oscuras que no comprenden, dando inicio a un espiral descente hacia lo más profundo de las entrañas demoníacas.
Por qué sí, el hecho de que estemos en el año 2016 no impide que el género siga representando a los adolescentes mayoritariamente como un cúmulo de hormonas y pésimo juicio al momento de tomar decisiones mínimamente lógicas. Es así como Chloe (Sarah Hyland) y sus tres amigos hacen una parada en Los Angeles de camino a un recital, aprovechando para hacer un tour macabro que incluye la casa donde fue asesinada Sharon Tate, un par de locales de oscurantismo y otros clichés. En medio de todo esto conocen a Alice, una chica rara que los convence de formar parte de un ritual que traerá -como podrán imaginarse- consecuencias fatales.
Hacer contacto con Satanás, seguramente una mala decisión que formaría parte del primer capítulo de un libro titulado “Cosas que no tenemos que hacer en una película de terror pero las hacemos de todas formas” -si, es un título largo- pero un tropo clásico al cual por algún motivo las producciones menos logradas del género siguen recurriendo.
Con un argumento derivativo que a duras penas respeta su propia lógica interna, la cinta obliga al espectador a redoblar el esfuerzo por mantener la suspensión de la incredulidad casi hasta el extremo. Los 85 minutos de duración desperdician más de dos tercios de película con los personajes yendo y viniendo sin mucho que aportar a la historia ni alimentando el conflicto central, cerrando con unos quince minutos finales a los que supuestamente deberíamos llegar llenos de intriga, algo difícil de lograr con un guión que deja demasiadas incógnitas flotando en el aire.
Ni siquiera el impacto de la resolución final compensa el divague previo, pero al menos podemos coincidir con la idea central del guión de Anthony Jaswinski: el Infierno se representa de forma distinta según cada uno. En nuestro caso, una representación acertada del Infierno sería ver películas como esta, una tras otra durante toda la eternidad.