Algo hace ruido en “Satanic: el juego del demonio”. No tiene que ver con una de las propuestas argumentales más idiotas de los últimos años, ya vamos a ese punto. Eso que “hace ruido” no se develará hasta los créditos finales.
Introducción parte 1. Una especie de falso “Sucesos Argentinos” contando el matrimonio de una pareja adorando al diablo, y luego diciendo que también se casaron por iglesia común. El dicho “no se puede quedar bien con Dios y con el Diablo” parece que no aplica. Mechado con esto hay fragmentos del cine mudo, no citados debidamente luego; pero se supone están relacionados con el ser humano y sus demonios.
Introducción parte 2. Una piba vistiendo un buzo con capucha anda como por un laberinto oscuro, iluminado con su teléfono celular. Eso se pretende contar con los encuadres, pero cualquiera que mire bien plano y contraplano se dará cuenta que no hay más que un pasillo disfrazado con sábanas pintadas con la estrella satánica de siempre. Un celular modernísimo es este. Porque además de proyectar una luz azul hacia adelante, también lo hace a espaldas de esta nena. O sea, hay luz en todos lados y es azul, pero usted va a tener que creer en un celular prodigioso que logra todo eso.
Corte a: un grupo de jóvenes emprendiendo un viaje para conocer lugares en donde ocurrieron crímenes atroces con rituales satánicos. Queda bien clarito el objetivo, dicho por los protagonistas al subirse al auto. Turismo morboso, si se me permite el término, pero sobre gustos no hay nada escrito. Plano general con subjetiva de cuarta pared hacia el mostrador del lobby del hotel donde van a parar. La entrada de los chicos da cuenta de la parsimonia con la cual está manejada la acción dentro del encuadre. Como si se notara que el director dijo: “Cuando diga acción, entren, y vos, el de pantalón corto, movete como si estuvieses interesado en estar en esta película”.
Van a la habitación. Allí se producen diálogos intrascendentes, hasta que una de las actrices, luego de todo lo visto como introducción hacia el desarrollo, vomita una frase que dice algo así: “Che,¿están seguros de que quieren quedarse acá? ¿David, estás de acuerdo con esto?” Van siete minutos (en serio son 7. No es una manera de decir. Y uno ya siente que la preguntita de la actriz es hacia el espectador, que bien podría usar los siguientes 77 minutos en algo profundamente más útil, como por ejemplo observar detenidamente la distancia que recorre un caracol en celo en ese tiempo.
Créame. A partir de esa pregunta, todo el resto es un recorrido inútil hacia la incoherencia narrativa. Los sentidos de la vista y el oído son ultrajados por la banda de sonido, planos inconsistentes como si las locaciones fuesen una molestia en lugar de ser una solución, y actuaciones espantosas, acotadas a expresiones faciales exacerbadas, por un elenco que ni por un segundo se cree la situación dada, el contexto circundante, ni el conflicto. Caminan en el set como títeres drogados. Hasta verlos en el auto resulta inverosímil.
No hace falta más. Compruébelo usted mismo. Algo hace ruido en “Satanic: el juego del demonio”, decíamos al principio y se revela al final, en los créditos. El guionista es Anthony Jaswinski, el mismo que ponderamos la semana pasada por su excelente trabajo en “Miedo profundo”, de Jaume Collet-Serra. Este es el único y verdadero desconcierto que causa esta producción.