Unas vacaciones primaverales satánicas con condimentos atractivos, pero que lamentablemente conduce a un resultado fallido.
Nos encontramos ante una película con reminiscencias al género clase B, desde el punto de vista que se nota su corte independiente —y de escaso presupuesto—, a diferencia de la mayoría de los films que vienen del norte, donde los recursos a nivel producción suelen ser más abultados.
Este es un detalle a tener en cuenta, ya que las actuaciones, los pocos efectos especiales y hasta la historia tienen un sesgo televisivo. Aquí dos parejas de universitarios deciden ir a sus vaciones de primavera a Los Ángeles. Una de las chicas está obsesionada con hacer turismo satánico, el cual consiste en alojarse en la misma habitación donde murió una especie de líder satánica, dar un paseo por la mansión donde ocurrieron los asesinatos de Charles Manson, hasta visitar una tienda de objetos oscuros y aterradores.
En un acto de inconsciencia y aburrimiento los cuatros deciden seguir al dueño de esa tienda, con quien tuvieron asperezas. Por intermedio del mismo conocerán a una joven extraña y algo trastornada que los involucrará en un juego del cual nunca podrán escapar. El film comienza lento, se detiene demasiado en el recorrido turístico que hace el grupo. Aunque todo alude a lo siniestro y satánico, el clima de horror tarda en llegar.
Juegos Satánicos tiene aspectos interesantes como la cotidianidad que se respira en la trama. Hay un gran acercamiento, por momentos se asimila al registro de un video casero frente al que estamos esperando que suceda algo. Así como también la idea de que el infierno no es un lugar, sino un estado de caos permanente. Y esto se evidencia, pero en los últimos quince minutos.
Durante más de la mitad del metraje vagamos en la hermosa ciudad de Los Ángeles y conocemos a fondo la psicología de los personajes, pero la acción y el terror se dilatan. Hacia el final, tras un suceso casual, el film estalla en un devenir de locura y horror. En un laberinto sin salida, de tintes oníricos, donde se pierde el sentido de la realidad. Y, aunque los efectos son de plástico —y algo remanidos— se logra generar un clima que es coherente con lo que se cuenta.
Jeff Hunt, mayormente, es un director de series televisivas y esto queda evidenciado en la construcción del film, por momentos este parece episódico. Estamos ante un híbrido serie/ película y el problema es que cada cual tiene un timing propio, de allí el desfase narrativo. Una receta con condimentos interesantes, pero que en su ejecución final resulta fallida.