Con la espada, con la pluma y la palabra.
Casi todos los exiliados coinciden en que lo peor, lo más doloroso e irremediable, es el destierro. La obligación de dejar atrás a los suyos y despegarse de los rituales y hábitos que fundan una identidad se siente como la caída a un vacío sin fondo. Pero para un grupo de periodistas e intelectuales argentinos forzados a emigrar a Europa en los comienzos de la última dictadura militar significó una oportunidad única para trascender las particularidades de su tiempo. Estrenada en una de secciones no competitivas del Festival de Mar del Plata de 2014 y dirigida a cuatro manos S.C. Recortes de prensa desglosa los pormenores de la preparación y la puesta en marcha de Sin censura, publicación elaborada desde París y Washington y que en sus seis números contó con los servicios de las plumas de Gabriel García Márquez, Osvaldo Bayer, Osvaldo Soriano y Eduardo Galeano, entre otras.
Los primeros minutos de S.C. Recortes de prensa son confusos debido a una deriva que impide dilucidar con claridad cuál es su objeto de estudio. Hasta que el propio devenir narrativo hila esos retazos sueltos, y el film, ya ordenado, avanza a paso firme hasta arribar a la publicación y su entorno. Los realizadores, que saben que no hay emprendimiento surgido por generación espontánea, dedican una buena porción del relato a poner en contexto el universo del periodismo en las vísperas y la primera etapa de la dictadura. Lo hacen recuperando fragmentos audiovisuales –la inauguración de Papel Prensa (“El papel ahora es argentino”, dice la extasiada cronista), la amable sugerencia de Videla a los periodistas acreditados en la Casa Rosada para que “cumplan con su misión”–, reproduciendo artículos de diarios y revistas pródigos en cuantificar las bajas de “extremistas”, “subversivos” y “terroristas” e incluso sobrevolando las operaciones mediáticas pergeñadas desde la ESMA.
Un menú a base de entrevistas y un cuantioso material de archivo no es novedoso en una cinematografía pródiga en documentales expositivos con cabezas parlantes como la argentina. Lo que diferencia a éste, y que brilla por su ausencia en ocho de cada diez films de este tipo, es una bienvenida distancia emocional sobre los acontecimientos. Castro y Martínez Zemborain buscan menos la validación de una hipótesis que la puesta en perspectiva de una aventura mediática y política, bien en línea con el tono y la oratoria segura y analítica de los oradores. Conscientes del carácter testimonial del film, los periodistas e intelectuales recuerdan aquellos años con orgullo y pasión, precisan nombres de los principales promotores –entre ellos, Julio Cortázar–, describen con detalle la enrevesada logística que permitió que un periódico confeccionado en París se imprimiera en Washington y desde ahí se distribuyera clandestinamente alrededor de cinco mil ejemplares en varios países del Cono Sur, teorizan sobre los efectos de la distancia y recuerdan a sus caídos, todo sin que la puesta en marcha de la memoria implique equiparar vocación y valentía con heroísmo.