“Schafhaus, casa de ovejas” es una producción nacional de aquellas que aparecen muy de vez en cuando como sacadas de la galera. Ese es el momento en que protestamos por la reducida capacidad de distribución de una película que aborda una temática difícil, a la vez de sencilla digestión sin por esto perder profundidad ni capacidad analítica.
Ernesto (Sergio Surraco) es un hombre que llega a Argentina para hacerse cargo del negocio de la producción y selección de lana heredada de su abuelo fallecido. Para él su viaje no reviste más características que la mera rutina por mandato. Sin embargo Quiroga (Aldo Barbero) le ofrece, a través de una foto y un relato trunco, el disparador para que Ernesto vaya descubriendo que su pasado, con el cual mantiene una relación borrosa e incierta, tiene conexiones con la falta de identidad relacionada con los años oscuros de la dictadura.
Determinado a volverse a Berlín, un conflicto gremial en aerolíneas, que impide la salida a tiempo, actúa como el tiempo extra que induce el protagonista a dirime la contradicción causada por los impulsos naturales de quedarse e indagar o huir e ignorar.
A partir de ese momento comienza un recorrido por el sur argentino en el cual Ernesto conocerá a personajes que representarán, cada uno con su idiosincrasia, la falta de afectos; el sentido de pertenencia (a lugar o grupo familiar); la identificación de los lazos con el pasado y, por qué no, la mirada lúdica hacia un futuro crecimiento como ser humano.
El realizador se toma su tiempo para hacer conocer a sus criaturas. Como piensan, como viven, que tipo de valores ponderan, etc. En este transitar por la vida de las personas, en contraste con un paisaje tan bello como inhóspito, es donde Alberto Masliah planta la semilla de su historia con una sencillez que la despoja del discurso de manual, a la vez que nutre de humanidad a un personaje acostumbrado a la presumible frialdad de la sociedad alemana. Ayuda mucho la dirección de fotografía de Mariana Russo, que logra momentos de atardeceres con falsos horizontes donde se puede lo “cercano” de las lejanías y viceversa, Como si el protagonista y el paisaje fueran parte de una misma pregunta con respuestas opuestas.
Hay lugar para la emotividad sin melodrama y para la reflexión sin bajada de línea, para lo cual todo el elenco colabora ofreciendo una colaboración individual notable en pos de un trabajo en equipo. María Lía Bagnoli, Bernarda Pagés y Guido Massri logran un vínculo estable y creíble. Si bien la aparición de María Florentino es de colección, lo de Sergio Surraco es realmente destacable, su impronta, su tono de voz, acompañan perfectamente a un acento brillante que logra instalar en el espectador, esto a pesar de haber vivido casi toda su vida en Alemania pero que no desconoce sus orígenes.
Por todos estos factores (podría mencionarse a lo mejor una duración algo extensa cuando ya está todo dicho), “Schafhaus, casa de ovejas” es un drama bien construido que se codea con el pasado reciente y busca, como el protagonista, la tan ansiada y necesaria identificación.