La casa en el sur también existía
El personaje protagónico de este film, hombre joven, de saco y corbata en medio de una ruta patagónica, se quedó dormido mientras manejaba y chocó contra el único árbol de la zona. Como la película es de bajo presupuesto, no vemos el accidente. Nos enteramos cuando dicho personaje entra a pedir auxilio en una casa de la zona. Ahí, ya que está, se queda a vivir mientras espera que le envíen un repuesto desde Buenos Aires.
Así conocemos a una buena mujer dedicada a la excavación arqueológica en solitario, su hijo adolescentón que amenaza volver con el padre, músico drogadicto; su peor es nada bastante celoso, que encima es el único mecánico de la zona; el intendente ovejero, dueño del árbol y del ciber del pueblo, y otra mujer, rubia, simpática, amiga de la casa, con la que nuestro accidentado amigo no podrá intimar porque es lesbiana.
En cuando al sujeto propiamente dicho, se quita saco y corbata, pero conserva una foto de infancia donde está con los abuelos y otra gente, la muestra por si alguien reconoce el lugar donde fue tomada, y cuenta una historia de padres perseguidos y abuelos protectores. Y nadie dice reconocer ese lugar, aunque sospechamos de todos. Pero al final estaba por ahí nomás, y su historia no se contradice mayormente con la que alguien le termina contando. Eso es bueno, ya que ciertos elementos del relato (abuelo alemán, infancia en la época del Proceso, etc.) hacían temer una enésima reiteración de lugares comunes en nuestro cine.
Del resto, la película tiene una factura sencilla, defectos muy menores tratándose de una opera prima, nubes espectaculares y paisajes chubutenses en registro de Mariana Russo, y elenco desparejo, donde destacan el protagonista Sergio Surraco haciendo de argentino con acento alemán, Bernarda Pagés, y sobre todo, en una escena clave, cálida y bien jugada, María Fiorentino. Como cierre, un aire de zamba de Cecilia Gauna, muy agradable.