La comedia más lisérgica del festival está basada en un comic por el que apenas pagaríamos unos pocos pesos en una feria de revistas usadas. Sin embargo, el mero hecho de que un basic de Oni Press se haya transformado en esta monstruosidad mutante con infinitos guiños a los video games y demás cultura pop, es de por sí una especie de milagro pagano bienvenido y celebrable.
El responsable de semejante (des)propósito es nada menos que el amigo Edgard Wright, mismo creador de esa adorable guarrada que es Shaun of the Dead, el mejor homenaje que el humor le hizo al cine de terror. Y una de las preguntas a las que mueve el presente delirio es ¿por qué los realizadores de films basados en comics nunca pensaron en utilizar los recursos a los que echó mano Wright aquí? Cada uno de los inserts, guiños, referencias, incluso tics de las novelas gráficas puestos en pantalla se sienten como la única vía posible para contar un cuento que cabalga por la ruta de la incorrección visual, al mismo tiempo que por la vía de la perfección estética, del detalle siempre logrado.
¿La trama? Descripta con exactitud en la traducción al castellano del título, ya que el Scott en cuestión (impagable Michael Cera) debe combatir con las siete ex parejas de su amor imposible para poder quedarse con ella. Y allí es donde entra en juego la parafernalia terminator que termina con todo aquello que conocías respecto a efectos visuales. No estamos ante la película que va a cambiar la historia del cine (para sanata revolucionaria ya tenemos Avatar) pero tenemos el honor de ser contemporáneos de un film que más allá de ser uno de los puntos más altos de este festival, es también una de esas muesquitas que (muy) de vez en cuando el cine deja en el time line de la industria.