Terror de manual con final inesperado.
Diez años después de la última serie de masacres en Woodsboro, Sidney, la principal sobreviviente de la seguidilla de asesinatos, regresa a su ciudad. Ésta vez, para presentar y firmar ejemplares de su exitoso libro. Muy oportunamente, esto sucede justo el día en que se cumple un nuevo aniversario de la tragedia, todo un mito para las nuevas generaciones de esta ciudad. ¿Qué sucede? Lo peor vuelve. El psicótico con la máscara de fantasma, la sangre, los adolescentes apuñalados, las persecuciones, el gore estilizado y un nuevo capítulo de Scream, la saga de terror que, junto a El Juego del Miedo, supo redefinir y actualizar el género de terror durante los últimos años.
Detrás de la cámara, comanda el maestro Wes Craven, aquel cineasta de cuya mente salieron emblemas cinematográficos como Freddy Krueger y la original de El Despertar del Diablo. Una persona que sabe manejar muy prolijamente los tiempos del suspenso en el terror, quizás haciendo demasiado previsibles y caricaturescos a esta altura de su trayectoria.
Con Scream 4, poco se agrega a lo ya conocido en la saga. Hay intentos nunca del todo profundizados de aggionarla con las nuevas tendencias 2.0 (algunas menciones a Facebook, Twitter, el acceso a Internet y las videotransferencias) y no mucho más. Luego, situaciones similares a las vistas en las tres ediciones anteriores (algunas, demasiado parecidas, como la escena en el garaje), personajes antiguos que permanecen intactos (el oficial Dewey y su mujer Gale, ahora en crisis matrimonial), y un elenco joven bien elegido. Entre ellos, se destacan Emma Roberts, la sobrina de Julia, Rory Culkin, hermano del pobre angelito, y Hayden Panetierre, de la serie Héroes.
Otras cosas persisten. Hay cameos de actrices conocidas en el principio del filme, como en su momento fueron los de Drew Barrymore y Jada Pinket Smith. Y justamente el arranque en este caso es muy original, presentando un formato película-dentro-de-película que hace recordar a los niveles o capas de sueño de El Orígen.
Las películas que pasaron en esta última década e intentaron, pocas con gloria, quedar en la memoria, tienen un momento de referencia. Sobre todo las remakes, desde La Casa de Cera hasta El Amanecer de los Muertos. Seguramente más cerca de una crítica que de un elogio por parte de Craven.
La película es como una maquina en serie. Sale muy prolija. Buenas actuaciones, aceitadas y un guión efectivo. Los golpes de efectos no resultan inevitables en ningún momento, por lo que, como suele suceder con las cintas de terror de estos años recientes, no producen el terror que prometen.
Y el final, algo crucial en este género, levanta mucho el puntaje de Scream 4. Comienza de una manera bastante sorprendente, luego cambia y mejora, y luego vuelve a tener un twist. Un desenlace que, sin contar mucho, podría haber cambiado la historia de la saga y darle, si se quería, un nuevo y arriesgadísimo punto de partida.
Scream no necesita más remakes. Seguramente no necesitaba esta tampoco. Pero trajo un poco de recuerdo de esa cinta que, a fines de la década del 90, asustó a una generación, homenajeó a los aficionados de horror de culto y logró, por primera vez en mucho tiempo, dar aspectos para copiar durante las décadas posteriores.