El principal punto a favor de esta nueva secuela de la saga slasher es la autoconciencia que lleva adelante casi como una declaración de principios. En ningunún momento Scream 4 deja de evidenciar que está entre nosotros para ser una secuela más de una saga que no debió ser tal y que su primera e insuperable primera parte debió ser también la última.
La historia, a once años de la última secuela, nos ubica en el maldito pueblo de Woodsboro, hasta donde regresa la célebre víctima de ghostface, Sidney Prescott (Neve Campbell) para presentar el libro en el que cuenta la forma en la que salió del trauma de ser la eterna perseguida por la sombra de la muerte. Sin embargo, y como no podía ser de otra manera, con su llegada, la población se ve nuevamente sacudida por una ola de crímenes, por supuesto, otra vez a manos del personaje de túnica negra y máscara fantasmagórica.
Y hasta ahí llegó el amor del guionista Kevin Williamson (el mismo de los tres films anteriores), que apeló a calcar más o menos la estructura de lo ya visto en otras Scream pero con el agregado de la vuelta de tuerca que Craven ya utilizó en New Nightmare, cuando la saga de Freddy Kruegger se rió de si misma para reinventarse. Sin embargo, en este caso la cosa no funciona igual, ya que los cuchillazos de siempre se acumulan sin mayor gracia y en ningún momento logran superar la inteligente intro matrioska que da inicio al relato. La diferencia entre sátira y parodia, en este caso, dice ausente.
Los tips más interesantes de este desahuciado regreso de la saga son Courteney Cox (por la actitud rocker de su personaje, por su presencia en pantalla, por esa cintura increíble) y las referencias a títulos del cine de terror reciente (entre ellos la catarata de remakes de los últimos años). Pero la cuestión placentera se agota ahí, el resto es más de lo mismo sin ideas que sumen, sino por el contrario, con una acumulación de asesinatos que por lineales y predecibles terminan por restarle interés a un film que, en conjunto, no logra resultar siquiera como un chiste efectivo.