Recuerdo que, terminada la película, salí de la sala diciendo “ya ni hace falta que hagan otra secuela de Scary Movie”. En efecto, la archiconocida película que se encargó de burlarse sin tapujos de la mayoría de la saga Scream y de otras por el estilo, como Sé lo que Hicieron el Verano Pasado, Sexto Sentido, así como la mayoría del detestable Shyamalan y que finalmente terminó cargándose a otras de géneros rotundamente opuestos como Secretos en la Montaña en, si no me equivoco, su última entrega; en este caso estaría terminantemente de más y parece que le ganaron de mano: si bien Scream siempre fue una película que así como juega al terror juega también a los homenajes cómicos y a poner de manifiesto su artilugio; en la presente entrega esto es llevado al extremo, cuestión que le terminó jugando como un arma de doble filo.
En efecto, la película comienza jugando a secas con el tópico. Con su propio tópico, que inauguró hace una década y media atrás. Con el llamado telefónico del “admirador secreto” que deviene en brutal asesinato. Y, lo más importante, es que juega con este tópico en relación a lo que espera el público. Lo que Hitchcock reveló en su inmortal Psicosis, ese pasaje repentino del suspenso al terror a través de los legendarios cuchillazos de Norman Bates en la ducha, que terminan abruptamente con la vida de Marion Crane, quien hasta ese mencionado instante era nuestra protagonista, no eran simplemente para asustar al espectador. Tenían un objetivo adicional: poner al espectador en evidencia. En efecto, los cuchillazos no sólo acababan con la vida de Marion, sino que además hacían trizas la, hasta entonces, inmutable cuarta pared: la pared del espectador, del observador fisgón que nunca se descubre, del clásico Peeping Tom al que el mísmisimo Hitchcock le dedicó una película entera en La Ventana Indiscreta. Esos cuchillazos delataban a ese vecino mirón. Y le hacían reconocer su identificación con Norman.
Lo que se propone Wes Craven, ya desde el arranque es eso mismo: jugar con la pretensión del espectador. Pero además, jugar con el auge de la actualización contínua y permanente que hoy en día debe poseer el cine de género para no caer en desuso. Craven sabe perfectamente que todo el que va a la sala a ver Scream 4 lleva una sola pregunta en su cabeza: ¿Qué será ahora de esta satirizada saga? ¿Qué tendrá de nuevo, cuando parece haberse agotado por completo?. Esto es aprovechado por el director para desdoblar la película sobre sí y para sí misma: la metabolización contínua de la película y su permanente reciclaje es puesto al descubierto de principio a fin. Todo esto es puesto en evidencia en la primera secuencia, la cual no quiero contarles, ya que posiblemente sea lo mejor de la película.
Por otra parte, y siguiendo este primer eje importante, el asesino juega las veces de director. Es decir, metafóricamente, el asesino interpreta al director de la película. O el director juega las veces del asesino. Esto se pone al descubierto cuando los jóvenes debaten en su pequeño cineclub, con la ex-reportera Dale de por medio, cuales son los lugares comunes sobre los que un asesino de este tipo usualmente se mueve, basándose y citando películas varias, para intentar adivinar su próximo movimiento. Y no sólo eso, sino que además, intentan dilucir cual sería, en esta “hipotética” nueva película, el elemento faltante. La respuesta es tan brutalmente sincera como morbosa: la web cam. En efecto, el nuevo recurso, que alimentaría a una nueva entrega, no podría en ningún caso escapar a todos los ingredientes modernos: a la permanente actualización informática, a la enfermiza tendencia actual de estar “online” las 24 hs., a las redes sociales, es decir, a grandes rasgos, al reality permanente. El director, entonces, asesina o filma siempre buscando actualizarse, buscando insertarse en el medio en el que se inserta a su vez el espectador; poniendo al descubierto el desesperante imaginario donde reina lo nuevo. Donde todo envejece rápidamente. Donde la tecnología nos hace esclavos de una eterna renovación improducente.
Y de hecho me atrevo a pensar que Cox con semejantes churrascos haciendo de labios es un elemento (quizás inconsciente) para reforzar todo lo anterior.
El problema es que más allá de la riqueza de estos recursos de los que se vale el director para darle aire a su película, la mayoría del metraje no se salva de caer irremediablemente en algo remasticado sin cesar.
Cuando los policías que cuidan la casa de Sidney empiezan a jugar también con el “qué pasa en la película con los policías que custodian la casa” y acto seguido uno de ellos es asesinado y muere maldiciendo a Bruce Willis por ser el único que siempre sobrevive; allí la cosa se volvió chicle. Allí mismo es donde Scream pasa de tener un elemento interesante que pone de manifiesto su artificio y hace guiños a históricas películas de terror; a volverse Scary Movie; es decir, lisa y llanamente (auto) parodia del cine de terror. El abuso del recurso de poner en evidencia el elemento ficcional hace que este se termine metabolizando, y una vez normalizado, es sacado de la galera a cada rato para dar el toque de “originalidad”.
Esto se debe a que evidentemente Craven no es un maestro de las sutilezas ni de la economía de recursos. Abundan, por supuesto, los antiguos y molestos trucos de siempre, que terminan empalagando. Y justamente allí es donde vuelven a aparecer, como intentando salvaguardar todo, los mencionados “si esto fuese una película”. Es decir, si bien el metraje arranca burlándose de el reciclaje permanente, termina utilizando eso mismo para conservar la supuesta originalidad a toda rastra. Que en principio denunciaba.