Sátira de un género en decadencia
Adolescentes infartantes corriendo en poca ropa, un serial-killer que ya es todo un clásico, la mano del director Wes Craven detrás de las cámaras, muchos chistes y referencias geeks/nerds/cinéfilas... Scream 4 es un festín. Quien vaya preparado para asustarse, quizás no saldrá muy conforme. Quien vaya preparado para divertirse y entretenerse, saldrá más que satisfecho. Cumple con creces.
La tercera secuela de Scream confirma lo que se venía insinuando desde aquella: el cine de terror, como género, está sufriendo cambios, está mutando. Si bien esa idea se dispersó y las secuelas confundieron el camino, dejando a la serie como un slasher menor y mediocre más, Wes Craven volvió a tomar las riendas que nunca debió abandonar. Y esta vez el tono satírico se devora la película, a tal punto que se olvida, en el fondo que también debería ser de terror. A pesar de ello, es la mejor desde la primera, y en síntesis, es una formidable propuesta del género (ya sea terror/comedia). Una de esas películas imperdibles para ver en el cine con muchos amigos. Si son cinéfilos, mejor todavía.
¿Cómo es que la protagonista de esta serie se las ingenia para haber sobrevivido tres películas? Esa es una de las posibles preguntas que ofrece la película, que constantemente juega con los clichés y las convenciones del género. No se burla con desprecio de la historia del cine de horror (en especial, de las películas de asesinos enmascarados) sino que las parodia, las homenajea, con mucho cariño y afecto. Esto es lo que Scary Movie debería ser. El problema con la película es que juega con las convenciones pero no las reinventa. Incluso, en las peores ocasiones, las repite. Ya sea en tono paródico o no, hubiese sido bueno ver una reformulación.
Sidney es ahora una mujer adulta, cuyo libro es un best-seller y cuyas secuelas no parecen ser más que un par de cicatrices. No tiene demasiados conflictos internos con su pasado, ustedes ya saben: que asesinos enmascarados lo quieran asesinar, no son cosas que le ocurren a uno todos los días. Pero está bien: los personajes son queribles, aún así sean caricaturescos. Ahí está la reportera Gale (Courtney Cox, que pareciera que de verdad quiere robarse el protagónico) que también representa la vieja escuela: parece que Craven se siente anticuado ante tanta revolución moderna. Hay unos nerds (¿o debería decir geeks?) amantes de la serie Stab (la película dentro de la película) que ejemplifican todo este salto generacional (incluso la manía de hacer las películas de terror con cámara en mano, para dar la sensación de video viral). Es extraña la sensación, pero aún queriendo a todos los personajes, hay cierto desprecio, quizás inconsciente, por parte del director, hacia los mismos.
Craven ya tiene ganado el corazón de muchos cinéfilos. Ya sea con clásicos como El despertar del diablo (The hills have eyes, la original), Pesadilla en la Calle Elm y/o Scream, el hombre sabe como hacer una película de terror decente. La metatextualidad está más patente que nunca, en una película que podría tener a los fanáticos de IMDb revisando y revisando referencias para la sección Movie Connections. Solamente una secuencia en un cuarto lleno de afiches de clásicos es prueba de ello.
Esta película es una fiesta, que celebra y no despide al género. Podría haber revolucionado y dejar una marca más profunda si se hubiese animado a reinventar los códigos, pero bueno, no es para nada una mala propuesta.