Signos de los tiempos
Esta nueva entrega, que busca revitalizar una saga con más de quince años de antigüedad, es el dilema que atraviesa el terror para renovarse y encontrar un nuevo camino.
Habría que agradecerle más que nada a Scream 4 el constituir una de las primeras películas que nos brinda Hollywood que permite pensar seriamente el cine, aún desde sus numerosos defectos y su medianía. Hay en el filme una voluntad innegable por analizar distintas variables cinematográficas y usarlas en su provecho. Indudablemente, ni el guionista Kevin Williamson ni el director Wes Craven retornaron sólo por el dinero.
Sin embargo, había varios problemas a afrontar desde el comienzo, siendo el principal el paso del tiempo, con todo lo que eso implicaba. En su momento, Scream y (en especial) Scream 2 revitalizaron el género del terror desde una perspectiva posmoderna y autoconciente en los mejores sentidos de los términos. Pero quince años han pasado, que incluyeron una tercera parte bastante mediocre; copias, como Sé lo que hicieron el verano pasado; parodias, como Una película de miedo; las reversiones del terror oriental (La llamada, El grito, Llamada perdida, El ojo del mal, Imágenes del más allá); la nueva onda del terror vinculado a la visión pasiva de la tortura (El juego del miedo, Hostel); las remakes de los clásicos de los setenta y ochenta (Pesadilla en la Calle Elm, Viernes 13, Cuando un extraño llama, La última casa a la izquierda, La masacre de Texas); el registro digital de experiencias supuestamente reales (El proyecto Blair Witch, Actividad paranormal); la construcción formal cuasi tecnológica de la muerte (Destino final); y hasta ciertos retornos a cuestiones vinculadas al clasicismo (La isla siniestra, Arrástrame al infierno).
Lo que viene a revelar esta nueva entrega, que busca revitalizar una saga con más de quince años de antigüedad y diez fuera del circuito, es el dilema que atraviesa el terror para renovarse y encontrar un nuevo camino. Se trata de un género primario, que recurre a emociones básicas, como son el miedo, el temor o la angustia, y no tan desarrolladas como en los casos de la comedia o el drama, que desarrollan dispositivos más intrincados para conectarse con el espectador. Por lo tanto, las variables que usa son bastante simples, pero a lo largo de los años no le ha quedado más remedio que irse complejizando, incorporando elementos psicológicos, culturales, políticos, sociales, etcétera.
Scream 4 busca hacerse cargo de estos interrogantes, pensando la cuestión del registro, de la ausencia de reglas como norma, de la cada vez mayor insensibilidad de los espectadores, de la interacción a través de las tecnologías como internet o los celulares, de la necesidad de volver a solidificar los argumentos en vez de las matanzas. Lo que pasa es que por momentos se muerde la cola o no pasa de la ironía muy fuerte, pero sin productividad, a diferencia de las dos primeras partes.
Donde más probablemente se note esto es en el final (acá es posible que revele aspectos que pueden problematizar la visión, así que cuidado al leer). Scream 4 tiene la chance de un final oscuro, donde triunfe el mal de la mano de la traición, la hipocresía y el ansia de fama. Era también la oportunidad de pasar la posta en la saga y colocar en el protagónico al villano, problematizando y profundizando en su figura. Pero el filme elige la salida más fácil y cobarde, perdiéndose la oportunidad de una verdadera renovación.
Si Scream 4 no consigue darle al cine del terror el impulso que necesita, no deja de apuntar cuestiones interesantes, simples en las mayorías de los casos, pero que muchos cineastas parecen ignorar, que hacen al cuidado por los personajes, la vitalidad y arrojo en la puesta en escena, y la vocación por el cuidado del relato. Como pocas veces en los últimos años, un filme refleja las carencias y posibilidades no sólo del terror norteamericano, sino incluso de Hollywood.