Las reglas del juego
En los tres falsos comienzos del filme, el respetable director Wes Craven y su guionista Kevin Williamson compendian el propósito metacinematográfico y casi académico de la cuarta entrega de Scream . Los tres episodios cortos explícitamente discuten sobre la normalización del género de terror (dirigido al adolescente) y la falta de astucia por parte de los guionistas. ¿Es una crítica oblicua a Hostel , a El juego del miedo , deudores de Craven?
Los tres episodios exageran el factor sorpresa, aunque Scream 4 sugerirá algo más inquietante: el género ha evolucionado demasiado, tanto que su espectador pasivo podría verse tentado a filmar y matar. Todo es ficción, el mundo es un escenario y quizás, desde que en Peeping Tom (1960), el fabuloso filme de Michael Powell, por primera vez el público asumía la perspectiva del asesino (como se explicita en Scream 4).
Ha pasado mucho tiempo y Sidney (Neve Campbell) acaba de publicar un libro, titulado Salir de la oscuridad , en donde la obsesión femenina de Ghostface (el famoso asesino misógino, sin rostro pero de una voz inconfundible) intenta cambiar su condición de víctima por la de una protagonista que rehace su propia historia. Pero la voz regresa justo en la presentación del libro. Y las películas inspiradas en el libro retornan a la realidad (del filme). Ghostface ha regresado, aunque lógicamente habrá sorpresas y giros inesperados.
El resto es conocido: por un lado, bellas mujeres asesinadas, el famoso llamado telefónico y el cuchillo certero a la hora de penetrar la carne firme de las víctimas. Está Sidney, pero también el ahora sheriff Dewey (David Arquette) y su mujer Gale (Courteney Cox), más detective que novelista, los viejos héroes de la saga. Y se suman nuevos personajes: miembros de la familia y jóvenes cinéfilos.
Scream 4 se postula como un objeto de estudio más que como un filme de culto y de entretenimiento. Puede resultar demasiado intelectual para su público preferencial, que en el filme es retratado sin piedad alguna: jóvenes consumistas sin signos de actividad inteligente o narcisistas cínicos sin límites a la hora de cumplir sus fantasías. En este universo simbólico, se nos indica, ya no hay amigos, sino fans.
Algunas subjetivas elegantes y otras decisiones de puesta en escena evidencian que Craven sabe filmar, a diferencia de muchos de sus imitadores militantes de la lógica clipera.
El padre del terror posmoderno es preciso en su clarividencia: el género y sus códigos están en jaque. Es por eso que Scream 4, más que un filme de terror, es la prueba de una tesis sobre la imposibilidad de renovar el género al que pertenece. De ser así, insisten Craven y Williamson, sólo nos quedan los clásicos.