El dío Olpin-Gillett nos dio hace un par de años la original comedia negra Boda sangrienta, y, luego, Scream 5, que intentaba relanzar la serie del asesino de la máscara creada por Kevin Williamson y Wes Craven. Recordemos que Scream era una especie de comentario sobre las películas de terror y el chiste consistía en esa relación “meta”, de burlarse de los clichés sin dejar de respetarlos hata que todo se tornaba absurdo. Esta nueva serie sí, amigos, tiene “eso” que era el motor de la -digamos- “clásica” y también un buen grado de inventiva visual a la hora de los crímenes. El problema es que se refiere a nada. Es decir: estamos juzgando en estas líneas cuán hábil es una película para asustar durante su desarrollo, no si es o no una buena película. Pero una buena película, ya que estamos, es aquella que nos da algo más, la que va más allá de lo que cuenta. Aquí la novedad es que transcurre en Nueva York, y que oh, cuán violenta es la ciudad. Y nada mamás. Cumple con lo que promete: sustos y corridas y sangre rodados con pericia. Pero -por ejemplo- la ligazón con el melodrama y la tragedia griega que planteaba la (aún insuperada) Scream II, se las debemos. Dicho de otro modo: si Ant-Man es la Montaña Rusa, Scream VI es el Tren Fantasma. Y nada más que eso.