En 1996, Wes Craven se convirtió en uno de los principales responsables de reformular las bases del siempre transitado cine de terror. Scream fue un absoluto suceso de taquilla y puso de moda al género bajo la rendidora fórmula de adolescentes en peligro, victimas del acoso de un asesino serial. Por supuesto, esto no era nada nuevo. John Carpenter, otro vital referente del género contemporáneo, lo había hecho con Halloween, en 1978. El propio Craven había creado a uno de los villanos más terroríficos, Freddy Krueger. Aquí, repite la gesta con Ghostface, antológico malvado oculto tras la icónica máscara. El nacimiento de la franquicia Scream fue posible gracias a una reunión de talento con ideas innovadoras. El guionista Kevin Williamson (el mismo responsable de series como The Following) se encargó del diseño de personajes. Marco Beltrami compuso la magnífica banda sonora. El escalofrío no tardó en atravesar nuestra espina dorsal y el gesto de horror se traslució en la hoja del cuchillo. Luego vinieron las secuelas, hasta llegar a la cuarta entrega. Lamentablemente, Craven falleció en 2015. Si uno revisa los créditos del presente film, ninguna de las cabezas creativas pertenecen al legado de la franquicia. Williamson solo cumple labores de producción (compartidas). La nostalgia completa su arco, pudiendo disfrutar de David Arquette y Courtney Cox. También maravillarnos por lo bien que envejece Neve Campbell. Por lo demás, un cúmulo de lugares comunes diluye rápidamente la propuesta. Todo lo esperable termina por acontecer. Toda secuela concebida en eterno bucle cae por el propio peso de su levedad. ¿Realmente era necesario? Vale preguntarse qué hubiera opinado el realizador de Las Colinas Tienen Ojos y La Serpiente y el Arco Iris. No solo con sangre puede mancharse un legado…