El misterio como motor
La figura del escritor Néstor Sánchez está marcada por el misterio, por lo inasible, por lo oculto: el autor de El amhor, los orsinis y la muerte es alguien difícil de abordar tanto desde su obra como desde su personalidad, pero ese vacío es usado por Se acabó la épica, documental que aborda su vida e impacto cultural, como trampolín para iniciar una búsqueda particular, tanto de la identidad del escritor como de su propia narrativa.
En verdad, más que documental, Se acabó la épica es una especie de adaptación de la totalidad de la obra de Sánchez a la pantalla grande, poniéndola a dialogar con el lenguaje cinematográfico, en una operación arriesgada, algo fallida pero también indudablemente interesante. Es que el film se permite contar con ciertos convencionalismos, como entrevistas a familiares, amigos y allegados, pero su apuesta principal pasa por recorrer los espacios urbanos que transitó el escritor -como Nueva York, París y el barrio de Villa Pueyrredón donde nació y falleció-, incorporando a su vez diversos pasajes de la literatura de Sánchez. De esta manera, se va convirtiendo en una crónica de lo imposible, de un intento de dilucidar los aspectos identitarios de un hombre que siempre rehuyó las definiciones tajantes. La película acepta esto y a la vez lo niega, busca en todo momento una respuesta a un interrogante que no desea ser respondido.
Por momentos, Se acabó la épica se muerde la cola y se la traga el misterio, por lo que le cuesta encontrar un centro narrativo que le permita avanzar con la fluidez requerida, evidenciando que el mundo literario que se retrata no termina de cuajar con las herramientas cinematográficas. Pero a pesar de todo, cuenta con un mérito bastante fuerte, que es su vocación por dialogar con el espectador, de la misma manera que lo hacía Sánchez en sus escritos: en todo el metraje hay un intento por incorporar al público al enigma que se está afrontando, sin conformarse con las respuestas fáciles y permitiendo que una atmósfera melancólica, algo desesperanzada pero también vital invada las imágenes. De esta forma, Se acabó la épica es una película particular y reconocible, aún en sus defectos, construida a partir de la fascinación de lo ininteligible.