El broche de oro
Luego de décadas de alegrarnos con historias para chicos y no tan chicos, la cabeza de los Estudios Ghibli, Hayao Miyazaki, se despide de la dirección de cine. Lejos de la magia y los colores magníficos de obras como “Mi Vecino Totoro” o “El Viaje de Chihiro”, ahora apuesta por el realismo. Eso sí, no deja de lado la narrativa tradicional de sus películas.
Esta es una película semi biográfica que cuenta la historia de Jir? Horikoshi, un niño que soñaba con volar pero no puede ser piloto por problemas de vista. Desde que es pequeño, él tiene una experiencia que puede ser mágica o sólo producto de su imaginación: comparte los sueños con el diseñador italiano de aviones, Giovanni Caproni, quien lo convence de dedicarse al diseño de aeronaves. Es en estos momentos de narración onírica donde la característica fantástica de las películas de Miyazaki vuelve a verse patente. Recorremos entonces la vida de Jir? desde su estudio en la universidad de ingeniería, su trabajo para Mitsubishi, el compañerismo con su familia, o su primer amor.
Además, siguiendo el camino de este personaje veremos reflejada la historia de Japón. En los años ’20 se encontraban en una época tradicionalista que atrasaba el país. Vemos la pobreza y el rigor de una sociedad que no quiere modernizarse del todo, además de momentos que la han marcado, como el terremoto de Kanto y su recuperación. Desde la vida del personaje se abarca un momento histórico muy importante: el abandono de esas costumbres para abrirse finalmente al mundo, lo que hace eclosión entre guerras y especialmente luego de la segunda guerra mundial.
No podemos dejar de mencionar la hermosa obra de arte que es la animación. Dejando de lado, para variar, lo digital; volvemos a los orígenes al ver cada pincelada en su lugar. Se distingue el estilo patente de este estudio y este realizador, con colores claros y oscuros bajo un contraste bien diferenciado para cada momento. La construcción de los planos es deliciosa e incluso en algunas tomas podríamos hacer de ellas una galería de cuadros. La música no se queda atrás, y sirve para reflejar estados de ánimo junto con la composición y el color en cada toma.
Esta es sin duda una película apuntada a un público más adulto si se la compara con sus antecesoras, donde todo huele a nostalgia y despedida. No es una historia que tenga grandes picos de tensión, pero sí está teñida por la emoción. Para ver sin grandes distracciones, y con una atención muy especial. Difícil, quizá para los más chicos no aburrirse cuando no se trata de exactamente el mismo estilo que las películas infantiles de Miyazaki. Ese es su gran mérito: algo completamente nuevo, y sin embargo nos basta con un golpe de vista para reconocer el estilo del realizador japonés.
Un director que se despide con una gran obra maestra, una historia con crítica política e histórica, una tierna historia de amor, de guerra, de sueños; y por sobre todo una belleza visual que la pone muy por arriba de las obras de animación tan afectadas por la realización digital a las que estamos acostumbrados últimamente. Para ver con paciencia, eso sí, pero bien vale la pena. La emoción que transmite el producto en su conjunto, entrando por todos los sentidos, es una experiencia que nadie debería perderse. Aplaudimos de pie a este gran director que sale por la puerta grande.
Agustina Tajtelbaum