El último sueño
Es difícil descontextualizar El viento se levanta del acontecimiento que implica (esta vez parece cierto): la última película de uno de los animadores fundamentales de la segunda mitad del Siglo XX, el japonés Hayao Miyazaki, al mismo tiempo que se trata de una fuerte crisis para el Estudio Ghibli, que ha atenuado su producción. Para la que sería su obra final, Miyazaki toma como referencia la vida del diseñador de aviones Jiro Horikoshi, basándose también en la novela El viento se levanta, de Tatsuo Hori, y el propio manga del director publicado en el 2009 bajo el mismo nombre. Lo que no deja de ser polémico es que Horikoshi fue también diseñador del tristemente célebre Mitsubishi A6M Zero de la Armada Imperial Japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, cuestión que por una decisión de punto de vista aparece esbozada inteligentemente, sin subrayados groseros, algo que le valió la crítica tanto de los sectores de izquierda -porque pone el foco en un personaje que colaboró con la industria armamentista del Japón imperial- como de la derecha -no sólo porque la película tiene una fuerte crítica al belicismo, sino también porque Miyazaki se opuso abiertamente a la constitución de un ejército nacional en el momento del estreno de la película-.
La cuestión es que, yendo al director en particular, la película es disruptiva porque como pocas veces en su carrera toma a un personaje central masculino (recordemos que en la mayor parte de su filmografía se trata de personajes femeninos) y la fantasía que suele filtrarse en su obra, aquí sólo aparece gracias al onirismo que alcanzan algunos pasajes que tienen que ver con la vida de Jiro. Cualquiera podría pensar que al tratarse de una película disruptiva, el film no contiene las obsesiones de Miyazaki a lo largo de su carrera. Sin embargo aquí aparece en todo su esplendor su amor por el detalle sobre las máquinas, en este caso balanceándose entre los modelos reales y aquellos que son una fantasía, la elegante banda sonora de Joe Hisaishi, que se permite pasajes más barrocos que en las últimas producciones de Ghibli, las características distensiones temporales que enfatizan momentos cotidianos y, finalmente, a pesar de no contar con un protagónico, el afecto por los personajes femeninos, siendo el más destacable el de Naoko.
El eje del film está en la obsesión de Jiro por triunfar como un ingeniero aeronáutico y su crecimiento en el período entre guerras, un contexto convulsionado no sólo por la fuerte crisis económica que azotaba a Japón, sino también por el ascenso del fascismo y las ambiciones imperiales de sus líderes. Este contexto, que enriquece el visionado de El viento se levanta, no aparece como un elemento determinante sino que resulta esbozado desde el punto de vista de nuestro protagonista: Miyazaki asume en Jiro a un soñador que, al igual que el personaje de Caproni (el ingeniero aeronáutico italiano Giovanni Batista Caproni) que se le aparece en sueños, termina siendo una herramienta de la máquina bélica, atravesada por el contexto socio histórico. Por ello los sueños pesadillescos que abren el film tienen un triste tono premonitorio, el sueño del vuelo aparece también atravesado por un enorme zeppelín de aspecto siniestro que termina derribando a Jiro. El tono poético y por momentos alucinatorio de la película encuentra sin embargo sus momentos donde se asienta en el más puro realismo, en particular cuando pone la lupa sobre nuestro protagonista como el héroe que quiere formar parte del mundo del vuelo a pesar de su miopía y que con su poder de observación lucha para autosuperarse más allá de los fracasos que se le puedan presentar. El detalle puesto en el trabajo artesanal de Jiro y su amor en la tarea, es sólo comparable al amor que la narración nos demuestra en el romance con Naoko. Este episodio conmovedor, que lleva hacia un desenlace que tiene alguno de los momentos más intensos del film -vean si no con qué poco Miyazaki dice mucho cuando Naoko abandona la casa donde se hospedaba con Jiro-, también rescata la ternura y la belleza de los momentos cotidianos con singular maestría (y esa secuencia en que tomados de la mano, Jiro continúa trabajando al lado de Naoko, es acaso el mejor remedio para el cinismo).
El que probablemente sea el canto de cisne de Miyazaki es una obra maestra que no es tan digerible o contiene imágenes tan icónicas como otros de sus títulos, pero el tour de force narrativo al que somete a su protagonista a través de las dos horas de extensión, contiene momentos de una sensibilidad exquisita y un epílogo que en las palabras “gracias, gracias” de Jiro hacia el final parecen encerrar las palabras de su realizador que, acaso, ha tenido más de diez años de brillantez en la historia de la animación.