Alto en el cielo del adiós
El último film de Miyazaki narra la historia de un soñador que termina sirviendo a la industria bélica. A los 73 años, el cineasta se despide con un relato personal como su obra.
En la década del treinta el joven ingeniero aeronáutico japonés Jiro Horikoshi diseñó para la compañía Mitsubishi un avión muy avanzado para la época, que fue el antecedente del famoso caza de combate Zero, con el que por unos decisivos años el imperio japonés obtuvo la supremacía aérea en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.
La vida de Horikoshi, un artesano que no solo vio cómo su trabajo se utilizaba para fines bélicos sino que comprobó que sus aviones se convertían en la mortaja para cientos de pilotos kamikazes –y lo lamentó el resto de su vida escribiendo en contra de la guerra–, se acopla de manera ideal a la poética del Miyazaki, un realizador que desde los míticos estudios de animación Ghibli creó películas extraordinarias como Ponyo y el secreto de la sirenita, El increíble castillo vagabundo, El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke, Porco Rosso y Mi vecino Totoro y dio cuenta de una inagotable capacidad de plasmar un universo lírico sofisticado, inteligente y sobre todo conmovedor.
Como punto final de su legado, la historia de un soñador que terminó sirviendo a la industria armamentista –acaso los estudios de Albert Einstein que posibilitaron la creación de la bomba atómica funcionan como un eco paradigmático– es el vehículo perfecto para dar cuenta de su mirada sobre el arte, en donde inevitablemente conviven y se retro alimentan la fascinación por la fragilidad de la belleza y el pacifismo, dos ejes por donde transcurrió toda su obra, marcando el camino correcto desde su concepción humanista y a la vez, dando cuenta con cierta amargura del estado del mundo.
Esta tensión se manifiesta de manera notable en Se levanta el viento, en donde el protagonista sueña con volar pero a partir de una visión reducida, redirige su deseo a la construcción de bellas naves aladas que después se convertirán en herramientas de destrucción bélica. Así, en el retrato de la tradición y de una cultura milenaria que en la primera mitad del siglo XX fricciona con la modernidad que ya ganó la batalla, se desarrolla el último film del maestro Miyazaki.
Un relato crepuscular y amargo de su historia personal ligada al tiempo colectivo del que le tocó ser parte –desde las dramáticas imágenes de un terremoto en Tokio al diálogo sin esperanzas entre Jiro y el admirado ingeniero Caproni sobre un cementerio de aviones Zero destrozados en combate–, 73 años de vida, un retiro anunciado que esta vez parece que va en serio y la mirada definitivamente sombría respecto al futuro.