Se ocultan en la oscuridad: prolijo como una fórmula
Una noche oscura y tormentosa, en una casa ubicada en la entrada de un bosque, una mujer grita desesperada y un hombre se interna entre la seca vegetación en busca de misteriosos fantasmas. Todo eso que ya vimos en miles de películas se congrega en los primeros minutos de Se ocultan en la oscuridad, ensayo de terror clase B, prolijo como una fórmula, previsible como una receta. La paranoia sobre la invasión del espacio propio, la obsesión por proteger a la familia y el misterio del mundo de los sueños son apenas destellos narrativos que se confunden en escenas mal resueltas, en planos con sombras que intentan ser furtivas, en apariciones con mal timing y escaso sobresalto.
Drew Gabreski ha decidido darle a su ópera prima un tono de gravedad inexplicable, abusando de opacas siluetas de figuras con sombrero y garras que recuerdan las viejas pesadillas de Freddy Krueger. La familia que se muda al pueblito, los ecos terroríficos durante la noche y los indicios de un secreto que se aloja en el bosque podían haber sido el disparador de algo más que despistes de guión y ansiosos golpes de efecto. Pero no, no hay mucho para esperar de una de las últimas entregas de terror del año, un género al que se lo produce casi a destajo, sin ingenio ni inventiva, aniquilando su siempre subversiva capacidad de explorar lo siniestro, lo no dicho, lo que se aloja detrás de las apariencias.