Las razones de Clooney
“Un cineasta, especialmente cuando enfrenta un gran tema, es al menos alguien que enciende un fuego entre un film y nosotros. Para calentarnos, para jugar juntos, para merecer el riesgo de quemarse con él. Quitemos este riesgo, y el cine se convierte en una pobre cosa, decente y muerta” (Serge Daney)
Hay una escena en Secretos de Estado que condensa su fundamento estético e ideológico, al mismo tiempo que sus virtudes y sus limitaciones. Un primer plano luminoso del gobernador (Clooney) en el púlpito, quien promete sin esfuerzo medidas a tomar en el futuro, es intercalado con las sombras de dos protagonistas que discuten fervientemente y deben tomar decisiones cruciales. Se trata del jefe de prensa (Ryan Gosling) y del principal asesor (Phillip Seymour Hoffman), los cuales ejercen verbalmente su rol de poder con una enorme bandera norteamericana de fondo. Esta especie de reminiscencia a la alegoría de la caverna platónica representa un aspecto clave del film: lo que vemos son apariencias que tenemos que aceptar por realidad; la verdad es inaccesible e inimaginable ya que ninguno estaría preparado para conocerla; es la que se gesta entre las sombras. Aquí, el fuego de la famosa alegoría aparece sustituido por la bandera, lo cual no constituye un dato menor, puesto que la película es un sólido thriller que toma la política como tema pero con la forma de un relato genérico industrial propio de una tradición (Lumet, Gavras, Stone) a la cual refiere ya desde la tipografía de sus créditos iniciales como de su afiche (con la doble cara sugerida), inscripto más en la obviedad significativa propia del universo visual publicitario que en una imagen cinematográfica.
En efecto, la historia, focalizada en una feroz interna presidencial, juega en todo momento con la idea de la doble faz y la doble moral. En el inicio mismo, la puesta en escena como forma de persuasión mediante la seducción del candidato, con luces y discurso, se muestra a la manera de un ensayo y luego deviene en actuación. Cada aparición es similar a un recital: aquello que se ve en el escenario está dirigido en una cabina donde la adrenalina no es menor por el grado de responsabilidad que implica. Lo interesante es cómo se trabaja para que ello se mire a través de los oyentes en el auditorio, de quienes se encuentran detrás del show y finalmente, de nosotros como espectadores. En reiteradas oportunidades, aún haciendo el amor con su atractiva compañera, voluntaria en la campaña (Evan Rachel Wood), el joven ambicioso Stephen no perderá ocasión para distraerse y evaluar cómo se ve en pantalla su candidato. Tal mecanismo, que podría haber sido formalmente sostenido como punto fuerte en cuanto a una reflexión sobre la mirada como móvil, es opacado por otro signo de permeabilidad en este juego de realidad/apariencia: la palabra. Clooney propone un filme dialéctico con muy buenos diálogos, fluidos y potentes, moderados y a punto de hacer estallar a sus ejecutantes, pero sin caer, por fortuna, en la sobredimensión (todas las actuaciones están muy bien). De hecho, por momentos, recurre a buenas elipsis verbales o a cortes para que no agobien los discursos y jamás se pierda de vista el detrás de escena. No todo lo que se dice o se dirime se explicita, sino que es sustituido por música o con un plano fuera de campo. En los primeros quince minutos ya asoman delineados los roles activos en la trama maquiavélica: la política, la prensa, la publicidad, entre las principales instituciones. Cada uno tirará de la cuerda y esconderá su mejor carta para posicionarse en pos de su triunfo hasta nuevo aviso. Ser amigo o traidor por conveniencia, ésa es la cuestión.
No obstante, lo anterior no alcanza para eludir un recurso que ubica a Secretos de Estado como una película más (interesante por cierto) dentro de las propuestas que nos llegan del país del norte frecuentemente como ficciones industriales (vuelvo sobre esa enorme bandera de fondo), con sus héroes enfrentados a diversos obstáculos en su camino al destino triunfal, los lugares comunes (el político que se sobrepasa, la infaltable subtrama amorosa), la velocidad de los acontecimientos y una seducción narrativa que tiene el mérito de no soltar nunca al espectador pero que le ofrece una visión un poco trillada y fácil de la política como práctica (no hallaremos aquí nada que no imaginemos). Es en este sentido que Secretos de Estado no deja ser un film “dominado por lo visual”, como diría Daney, ya que apela a una serie de imágenes discursivas ya vistas y transitadas dentro de una tradición cinematográfica como televisiva. La solidez narrativa y el oficio, más bien clásico, de Clooney como director, no logran disimular el academicismo y la visión un tanto lavada de la política. Recomiendo, para confrontar, L´Exercice de l´État, de Pierre Schoeller (comentada en este sitio por Mex Faliero y vista en el último festival de Mar del Plata), con intenciones parecidas pero mucho más rica por su carácter ominoso.