La trama del poder
Recubierto de varias capas de modestia, pudor y elegancia, Secretos de estado es en realidad un filme ambicioso, agudo, maduro y consistente, que llama más que nada la atención por su “enfriamiento” narrativo, una línea de intensidad continua que nunca cae en los abismos de la morosidad ni en facilismos efectistas, y que por eso logra un dinamismo sonámbulo, hipnótico.
Proeza que ya ostentaba Buenas noches y buena suerte (2005), segundo opus de George Clooney como director, que ahora en Secretos de estado (cuarto en su CV) alcanza una “síntesis” de la mano de un elenco virtuoso y aceitadísimo: el mismo Clooney como candidato demócrata de las primarias presidencialistas en Ohio, Ryan Gosling encarnando al idealista secretario de jefe de prensa del ascendente político, y los siempre preciados alfiles secundarios Phillip Seymour Hoffmann (asesor del candidato) y Paul Giamatti (opositor en las internas).
Piezas de un tablero político delimitado por finísimas alianzas, traiciones y estrategias contrainformativas de la que también forma parte una periodista sin escrúpulos (Marisa Tomei) y una pasante de la campaña demócrata (Evan Rachel Wood), quien jugará un rol decisivo en el desenlace de esas fuerzas en pugna. Así, en un principio Secretos de estado semeja un filme un tanto cínico y desencantado acerca de la política y sus miserias y hasta de su lado “oscuro”, acentuado en la figura siniestra de Mike Morris, el candidato “progre” que encarna Clooney y que puede pasar de la amplia sonrisa al gesto marcial en un microsegundo.
Pero lo cierto es que la lúcida película de Clooney es también parte de la tendencia del “detrás de” que marca antecedentes cercanas como La red social o El juego de la fortuna, en las que el universo en cuestión nunca es realmente el núcleo del relato (no lo es Facebook, no lo es el béisbol y en Secretos de estado tampoco lo es la política): la “gente” es invisible, los discursos se oyen de fondo o se entrecortan, los planos no paran de exhibir a microfonistas y asesores.
Y de allí la recurrente comparación del personaje de Ryan Gosling (el auténtico protagonista del filme, escindido entre la devoción incondicional hacia Morris y la capacidad de manipular a todo el mundo con su sangre fría) con el Esteban Lamothe de El estudiante: el centro de Secretos de estado es el choque entre idealismo y realidad, base del clasicismo más recóndito que Clooney sabe reinventar y poner al servicio de una trama tan sobria e impecable como él.