Miente, miente que algo quedará
No solamente desde su vida pública sino por medio de sus películas, el actor y director George Clooney se ha encargado siempre de fijar alguna posición política respecto a determinados temas sociales. Su simpatía por el partido demócrata y especialmente por Barack Obama lo ha catapultado a esa zona gris y difícil donde las estrellas de Hollywood deben rendir examen cotidiano frente a una opinión pública desconfiada que muchas veces -desde el prejuicio- saca conclusiones apresuradas sobre el verdadero compromiso de los actores multimillonarios con las causas más sensibles. Existe un interesante documental intitulado Poliwood (2009), del director Barry Levinson, muy ilustrativo al respecto.
Lo cierto es que en la misma línea que en un pasado trazara Tim Robbins con El ciudadano Bob Roberts en 1992, film político que tomaba el detrás de escena de la campaña de un ascendente candidato independiente desnudando la trama secreta que se teje durante toda la campaña política, George Clooney escribe y dirige Secretos de estado como antesala de lo que quizás pueda transformarse en el futuro en un acercamiento concreto a la vida política del partido demócrata.
El guión de este thriller político que cuenta con un notable elenco no es más que un elaboradísimo discurso que puede encontrarse en cualquier campaña, dividido en tópicos concretos, los cuales van surgiendo en el derrotero de este candidato carismático y liberal durante el desarrollo del relato, inmerso -puertas adentro- en un contexto donde lealtades y traiciones de su entorno más íntimo definen el rumbo de los acontecimientos y sacan a relucir los trapos sucios de las intenciones que tienen por fin único ganar la elección para tener chances de competir en la puja presidencial.
El protagonismo, sin embargo, no lo tiene Clooney, quien interpreta con corrección a un gobernador, Mike Morris, con concretas chances de convertirse en el próximo presidente de los Estados Unidos siempre que consiga el apoyo de la mayoría de los electores y sobre todas las cosas de los aliados políticos, para lo cual deberá negociar votos con los más fuertes y reacios. El encargado de las negociaciones y protagonista del film; de las reuniones y de mantener una imagen positiva del candidato es su joven asesor de campaña Stephen (Ryan Gosling), que hará lo posible por despejar todo tipo de rumores; ataques frontales de la oposición e incluso buscará una tregua con la competencia en reuniones no oficiales con su principal enemigo (Paul Giamatti), jefe de campaña del adversario con más posibilidades de derrotar a Morris, así como intentará disuadir a la incisiva periodista Marisa Tomei para que no filtre información que pueda perjudicarlo porque está realmente convencido de las palabras de su jefe.
Sin embargo, el móvil más importante que mueve a Stephen no es la política en sí misma ni los discursos floridos que escribe para que Mike le dé un sentido cada vez que toma un micrófono, sino su desmedida ambición de poder. Y en definitiva de eso se trata la trama de esta nueva incursión del ciudadano Clooney en el cine: de cómo el poder corrompe a los hombres y los vuelve vulnerables e ingenuos a la vez.
No obstante, más allá del conflicto de intereses coyunturales que se juegan en la carrera política cuando la mejor estrategia parece ser la mentira, Secretos de estado plantea en todo momento la desazón por no poder cambiar un sistema desde una controvertida solución que no ataca el fondo sino la forma.
El conflicto central con una becaria (Evan Rachel Wood), subtrama que funciona directamente de detonante, es un pretexto dentro de la trama que apunta sus misiles hacia otro lugar desde lo meta-discursivo y ese es quizás el reproche que pueda hacerse a George Clooney ya que quita densidad a la historia, a pesar de complementar ese defecto con buenos diálogos y punzantes definiciones sobre la guerra absurda, el petróleo y otros temas de la agenda política más caliente por la que atraviesa hoy el presidente Obama.
Secretos de estado en definitiva no viene a inaugurar una nueva forma de hacer cine ni valerse de él para fijar un mensaje político pero sí deja más que reflejado el compromiso y la coherencia intelectual de un actor que además de poder jugar con los códigos del faranduleo, coquetear con el glamour y reírse de sus propias banalidades tiene puestos los pies sobre la tierra, los ojos sobre la realidad y las manos sobre la cámara.