El remake de sus ojos
Cuando le preguntaron a Gus Van Sant por qué había hecho un [atroz] remake de Psicosis (Psycho, 1960), contestó: “Así nadie más haría uno”. Billy Ray probablemente tome prestadas sus palabras cuando tenga que justificar la existencia de su remake de El Secreto de sus Ojos (2009).
En defensa de Ray – quien reescribe y redirige el taquillero opus de Juan José Campanella y Eduardo Sacheri – éste es el tipo de película que un estudio encarga, mandada a hacer por un comité al servicio de un mercado interno que sólo consume películas extranjeras agraciadas por el Oscar pero no se digna a leer subtítulos. Secretos de una obsesión (Secret in Their Eyes, 2015) no es una película, es un servicio público, como el canal de audio SAP.
La trama: un investigador retirado decide retomar un antiguo caso de homicidio que quedó irresoluto hace años, tapado por capas de corrupción y burocracia mezquina. El núcleo de la acción es extrapolado de Buenos Aires 1974 – en vísperas de la dictadura militar – a Los Ángeles 2002, a la zaga del 9/11. Es interesante que, de entre la historia moderna de Estados Unidos, se rescate a la llamada “guerra contra el terror” en suelo norteamericano como un análogo versátil al terrorismo de estado argentino. Pero ahí queda la idea, no se hace nada con ella.
La cinta se siente pequeña, menos épica que El Secreto de sus Ojos. Pasan 13 años entre el 2002 y el 2015, y apenas se nota el paso del tiempo, el cual debería ser uno de los componentes claves al elaborar esta historia sobre la exponenciación del remordimiento e impotencia. En la película original pasaba el doble de tiempo entre pasado y presente, y el cambio se notaba por el trabajo de época, la presencia y ausencia de ciertos personajes, la clara escisión social entre dictadura y democracia. En la nueva cinta poco y nada cambia con el paso del tiempo.
Chiwetel Ejiofor y Nicole Kidman reemplazan a Ricardo Darín y Soledad Villamil como el investigador y la fiscal a cargo. Kidman es una buena decisión de casting: alta, avispada, elegante, elitista. Originalmente su contrapartida canchera/obrera iba a ser interpretada por Denzel Washington, fehaciente hombre del pueblo si el cine tiene uno, pero en su lugar quedó Ejioflor, quien no tiene ni la mitad de su carisma, y es tan simpático como blando. Se pone más énfasis en el romance que florece entre ellos, el cual se siente algo infantil, quizás por la forma en que se miran y se sonrojan en cada escena que comparten.
En la cinta original Pablo Rago pierde a su mujer, quien es violada es asesinada; en la nueva, la víctima es la hija de Julia Roberts, quien además es colega de Ejiofor y Kidman. Cerrando el elenco está Dean Norris (de Breaking Bad) en el papel del compinche gracioso originado por Guillermo Francella. Su personaje es mucho menos importante, carece de la profundidad y el pathos de Francella, y termina desperdiciándose por completo. Es uno de los muchos elementos que la remake ha decidido conservar por una cuestión conciliatoria más que práctica. De estos hay varios. Otro ejemplo es el partido de fútbol – ahora de béisbol – que se limita a imitar la destreza técnica del plano secuencia original, pero no posee el mismo impacto.
El problema fundamental de la adaptación, más allá de si he ha hecho por encargo o no, es que sus creadores han malinterpretado el éxito de la original. El rotundo éxito que tuvo El Secreto de sus Ojos no fue el de un thriller que entretiene porque pisa los peldaños correctos y concluye con un buen giro. Tenía algo para decir sobre la historia del país, una reflexión para hacer sobre un “Crimen y Castigo” autóctono. Secretos de una obsesión en cambio es un thriller más, descolgado del tiempo y el espacio – la traducción palabra a palabra de un texto cuyo significado ignora.