Una remake sin la tensión necesaria
Es cierto que toda película debe ser analizada como un todo, en función de sus búsquedas artísticas y en sus propios términos, pero tratándose de la remake hollywoodense de uno de los films más importantes de la historia del cine argentino (por su éxito de público en todo el mundo y por el premio Oscar que obtuvo en 2010) es casi inevitable caer en la tentación de las comparaciones.
No es cuestión de plantear en este espacio el típico juego de las diferencias (con el riesgo de incurrir en el spoiler tan temido), pero los cambios han sido muy importantes no sólo -como era previsible- en la ambientación, sino también en la construcción de los personajes y hasta en el desenlace.
Las secuelas de la dictadura argentina han sido modificadas por la paranoia terrorista post 11 de septiembre de 2001 y -claro- escenas épicas como la rodada en la cancha de Huracán ahora transcurren en un estadio de béisbol ¿Importa? No demasiado. Si bien el típico costumbrismo porteño de Juan José Campanella es aquí barrido por completo para dar lugar a un thriller más seco y todavía más sórdido y amargo, Secretos de una obsesión falla allí donde El secreto de sus ojos era pura solidez y contundencia: las actuaciones, la química entre los personajes, la tensión, los climas.
Billy Ray es un cotizado guionista (Los juegos del hambre y Capitán Phillips, por ejemplo) y construyó aquí una compleja estructura que va y viene en el tiempo. El eje del film es la historia de amor imposible entre el agente del FBI Ray Kasten (Chiwetel Ejiofor) y la fiscal Claire Sloan (Nicole Kidman), a quienes vemos cuando se conocen en 2002 y trece años más tarde cuando sus vidas han cambiado por completo (ella ha crecido mucho en su carrera mientras que él ha quedado sepultado entre la culpa y la obsesión a la que alude el título). En el medio -vaya cambio- está Jess Cobb (Julia Roberts), colega de Ray y a la vez madre de una joven que es abusada y asesinada. La investigación que arranca poco después del ataque a las Torres Gemelas tendrá, claro, un efecto en la actualidad de la trama y de los protagonistas.
El principal tropiezo de la película pasa por la escasa empatía que se genera entre Ejiofor y Kidman, en la forma en que se subrayan cada uno de los conflictos y de los sentimientos que atraviesan los personajes (la sutileza tampoco era una característica distintiva del film original), y en cierta frialdad y distanciamiento que genera el relato. La cuestión, por lo tanto, no pasa por si es mejor o peor que El secreto de sus ojos. El problema concreto es que nunca termina de funcionar como un buen thriller psicológico y punto.