El hijo bastardo de “El secreto de sus ojos”
Secretos de una obsesión es la clase de película ante la que uno se pregunta qué sentido tiene hacer una remake, si todo lo que se va a dejar de la original son cuatro o cinco escenas, una vaga conexión argumental, ecos ahogados. ¿La original como disparador? En ese caso sería bueno ponerle “Inspirada en...”. No por una cuestión de registro de marca, sino de regulación de expectativas. Si a uno le dicen que va a ver una remake de El secreto de sus ojos, espera que la relación con el original vaya más allá de la cita lejana. Lejana y forzada, como ese partido de béisbol que cae de pronto en medio de la trama y es como una rémora de alguna otra cosa. Claro, otra cosa: el partido de fútbol de la película de Campanella. De allí vienen también esos famosos movimientos de cámara, que tienen tan poca relación estética y dramática con el resto de la película como en la original. Más allá de esos lastres, el problema con Secretos de una obsesión es que tampoco funciona en sí misma, como si fuera un hijo bastardo que no se decide a gestionar su autonomía.Reparto no le falta, desde ya. El morocho Chiwetel Ejiofor, recordado sobre todo por 12 años de esclavitud, es Ray, agente del FBI especializado en contraterrorismo (lo dicho: nada que ver con la original). Ray se pasó los últimos trece años obsesionado hasta la fiebre con un criminal al que finalmente encontró, como aguja en un pajar. Poco después del ataque contra las Torres Gemelas, Ray había formado equipo con Jess (Julia Roberts, que vendría a ocupar el lugar de Pablo Rago), investigando si una mezquita de Los Angeles servía de tapadera a una célula de terroristas islámicos. Dieron con otra cosa: el cadáver de una chica que antes de ser asesinada fue violada, y que tiene relación directa con uno de ellos. Investigan, descubren al culpable (acá la película se parece un poco más a El secreto de sus ojos, aunque con el personaje de Francella diluido), pero el fiscal de distrito (Alfred Molina) los obliga a soltarlo, en aras de altos intereses de seguridad. Trece años más tarde, Claire (Nicole Kidman, con más poder que el personaje de Soledad Villamil) es la nueva fiscal de distrito, y a ella recurre Ray para reabrir la investigación.Sólidamente actuada (Ejiofor es infalible, Roberts está impresionante como mater dolorosa), uno de los problemas de la película escrita y dirigida por Billy Ray (guionista de Capitán Phillips) es que la presunta historia de amor entre el protagonista y la fiscal está en el guión, pero no en la película. Entre otras cosas, porque Nicole Kidman parece más preocupada en preservar su look de muñequita de porcelana que en encarnar algo que tenga alguna relación con una emoción. A diferencia de la película de Campanella, que lograba entrelazar sus subtramas, aquí lo político es claramente una excusa para pasar al plano personal: una vez que aparece el cadáver de la chica, todo lo que tiene que ver con la investigación antiterrorista tiende a disolverse. Se mantiene la disparatada idea de que una simple mirada en una foto basta para demostrar que el que mira es un asesino (completada con la escena del escote, protagonizada aquí por Kidman). Como también sucedía en la original, el carácter inquietante del último giro argumental queda como mareado, anestesiado entre las vueltas de la trama.