Cambia, todo cambia
La adaptación en Hollywood de “El secreto de sus ojos” hace precisamente eso, y modifica trama y personajes.
Para los desprevenidos que entren a ver Secretos de una obsesión y a los pocos minutos la trama les resulte conocida, no es porque Hollywood se repita, sino que aquí Hollywood adapta (y cambia) la historia original de El secreto de sus ojos, la película de Juan José Campanella que ganó el Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero.
Y es complejo analizar este filme con Julia Roberts, Nicole Kidman y Chiwetel Ejiofor sin compararlo con el argentino. Al trasladarse las acciones a los Estados Unidos, y en otro tiempo (de la presidencia de Isabel Perón se pasa al 2001 de los ataques a las Torres Gemelas), la adaptación trató de mantener la investigación del crimen de la joven como núcleo de la trama. Pero hay más cambios, como que la muerta no es una mujer cualquiera, sino la hija de Jess (Roberts), personaje que trabaja en el FBI (antes era en un Juzgado de Bs. As.), por lo que la búsqueda del asesino es más personal.
El rol de Roberts vendría a ser una conjunción entre el que tenía Pablo Rago (el esposo de la asesinada) con algo del de Guillermo Francella, porque trabaja con Ray (Ejiofor, antes Darín), aunque hay otro agente que trabaja al lado de Ray que cumpliría el rol de Francella. Y Kidman es la jefa a la que reportan todos, como a Soledad Villamil en el original.
Si nos apartamos del filme de Campanella, el relato de Billy Ray (guionista de la primera Los juegos del hambre y Capitán Philips) tiene su sangre, su nervio, pero insistimos en que es difícil separarse del filme argentino.
Cambios hay miles (prepárense para el final) y algunos son notorios: la escena del estadio ya no es el de Huracán, sino el de los Dodgers, de béisbol, y el plano secuencia ya no es secuencia, sino que se rodó con cortes; la escena del interrogatorio, con el botón suelto de Villamil/Kidman es casi igual, salvo que el acusado no muestra sus, ejem, atributos. Y así hasta el cansancio.
No es común que una producción hollywoodense enjuicie y enrosque a personajes de la política (el acusado, a su vez, es intocable, porque ya no es de a Triple A, sino un “soplón antiterrorista, oficialmente intocable”), e insistimos en que el final se aparta, no es del tipo clásico que suelen hacer los personajes arquetípicos y acostumbrados made in Hollywood.
A veces el paso entre el presente y el pasado es algo difuso. Aquí son 13 años, y salvo el peinado de Nicole Kidman, Ejiofor está siempre con la misma barba, y Julia Roberts luce invariablemente demacrada, sin maquillaje, pareciéndose a una joven Geraldine Chaplin.
Pero a no confundirse: si Emilio Kauderer realizó la música –igual que en El secreto…-, la aparición en los créditos de Campanella como productor ejecutivo es una formalidad, ya que es el coautor del guión original y director del mismo. En castellano, no tiene nada que ver con la obsesión que se cuenta en esta película.