Correcto drama policial con un elenco estelar dispar
Confieso que quise ver esta película desde que me enteré de que estaba “in the making”. La vara estaba demasiado alta, y si bien el opus de Billy Ray (codiciado guionista de Los juegos del hambre) no me decepcionó, dista de estar a la altura de nuestra querida El secreto de sus ojos.
En Secretos de una obsesión, Julia Roberts encarna una fusión de los personajes interpretados en la película de Campanella por Pablo Rago y Guillermo Francella; Nicole Kidman a Soledad Villamil; y Chiwetel Ejiofor a nuestro inigualable Ricardo Darín (debo decir que Ejiofor, la nueva versión del personaje de Benjamín Espósito, me pareció estupendo).
La película transcurre tras los atentados a las Torres Gemelas, en el 2002. En el FBI reina la paranoia, y la policía trabaja con espías de grupos antiterroristas. Jess (Roberts) y Ray (Ejiofor) trabajan en el departamento contraterrorista del FBI. En una investigación se encontrarán frente al horror inenarrable: el cadáver de Carolyn, la hija de Jess. Desde ese momento, la captura del homicida se convertirá en el leit motiv de la vida de ambos.
Secretos de una obsesión está narrada mediante flashbacks y va y viene entre el 2002 y el presente, en el que Ray vuelve a la Fiscalía de Distrito de Los Angeles donde hace trece años trabajó como agente del FBI, y que ahora encabeza Claire (Kidman), una antigua amiga y amor trunco. Ha resuelto solicitarle la reapertura del expediente de la hija de Jess, dado que cree haber dado con su asesino. Sin embargo, aún no sabe que dado que el sospechoso es informante en una investigación antiterrorista, es considerado un ciudadano intocable.
La elección de Kidman como la fiscal que en la original interpretaba Villamil me resulta un misterio, y por demás desafortunada. Duele mirar un rostro que solía ser bello y hoy luce inamovible como resultado de la infinidad de retoques faciales a los que la actriz se sometió los últimos años. Ni rastros quedan de la magnética Satine de Moulin Rouge!, ni de la seductora Suzanne Stone de Todo por un sueño. Kidman carece de la mínima expresividad, si bien compone a una fiscal correcta en su refinamiento y elegancia. Otro misterio inexplicable es que el personaje de Ejiofor esté embelesado por ella.
Julia Roberts en el papel de la detective del FBI que pierde a su hija a manos de un asesino entrega una labor interpretativa sensible y conmovedora. Por otro lado, el actor Joe Cole en la piel del asesino es la encarnación de lo siniestro, y su aspecto y actitudes sobradoras perturbarán incluso a quienes hayan visto la versión original y puedan anticipar su perverso accionar.
Zoe Graham, como la víctima, representa la juventud y la vitalidad. Es impactante asistir al cese de su gozosa aparición en la pantalla. Flashbacks mediante, nos enteramos que Jesse era muy apegada a su hija, y que Ray era muy querido por ambas. A este último lo atormenta la falta de castigo del asesino, y se enfrenta a quien solía ser su jefe (Alfred Molina) en su afán de justicia.
En esta adaptación se cuentan muchos datos escabrosos acerca del crimen, elemento que torna la impunidad del asesino aún más desesperante tanto para Jess como para Ray. A ambos los obsesiona el asesinato de Carolyn y la falta de injerencia del sistema judicial neoyorkino cambiará el curso de sus vidas.
La escena del interrogatorio al asesino en el juzgado (interpretada en la película original con soberbia por Villamil y Darín junto al español Javier Godino) está prácticamente calcada de la original, y director y actores logran salir airosos de tamaña tarea.
La escena del reconocimiento del cuerpo merece un párrafo aparte; es brutal y está interpretada magistralmente por Roberts (en lo personal me remitió al caso Angeles Rawson, dado que el cadáver es arrojado a un contenedor de basura, donde es hallado por Jess y su entrañable amigo Ray).
Creo que puede objetársele al opus de Billy Ray que tratándose de un tanque hollywoodense no se haya tomado el trabajo de cambiarle la apariencia física a Kidman con el pasaje de los trece años; su aspecto, idéntico en 2002 y en 2015, es risible. Del mismo modo, la subtrama romántica entre la fiscal y el ex agente del FBI se queda a mitad de camino. No se sabe si Claire no corresponde el amor de Ray (me inclino por esta opción), o si la actriz -que se mantiene impávida a lo largo del metraje- no logra transmitirle alguna emoción a su rostro. Es aquí donde la película hace agua. El vínculo entre Claire y Ray nunca crece ni evoluciona, y no pasa de ser un coqueteo naif de oficina sin mayor trascendencia. Si bien las comparaciones son odiosas, será inevitable para quienes hayan visto el opus de Campanella recordar la enormidad de Darín y Villamil en sus respectivos roles, así como la empatía que supieron generar con millones de espectadores que deseábamos que Espósito dejase de temer para atreverse a amar.
Por otra parte, esta remake carece del mínimo atisbo de humor, lo cual estaba a cargo de Francella en la original (y de la dupla cómica Espósito-Sandoval, encarnados por Darín y Francella respectivamente), y funcionaba como una bocanada de aire fresco. Aquí el espectador no tiene respiro.
La vuelta de tuerca final es, a mi entender, inesperada (yo había leído la novela de Sacheri y había visto la película original, y así y todo no pude anticipar el giro) y elocuente. La escena final nos cuenta el profundo afecto que el personaje de Ejiofor siente por el de Roberts, y lo que le duele el padecimiento de su amiga.
Con todas sus fallas, incluida la endeble actuación de Kidman (imposible no recordar aquí la luminosidad y solidez de la magnífica Soledad Villamil en la original), la tensión nunca decae, y la película funciona como una antesala más que entretenida a un clímax novedoso y escalofriante. De no haber sido un desprendimiento de una película oscarizada e hito en la cinematografía argentina, el resultado tal vez hubiera sido más impactante y positivo.